Sin móvil aparente que lo justificara, dos hombres luchaban entre sí, exhaustos, en tierra firme hasta la muerte, sin testigos que certificaran la acción.
Una multitud de estrellas fugaces se instalaron definitivamente en el firmamento. La luna, impávida, también ocupó su lugar. Un pez espada salía y entraba una y otra vez de la superficie plateada del agua queriendo, sin éxito, pinchar la luna. Un periscopio emergió lentamente en la noche, giró 180 grados con igual lentitud para ocultarse de nuevo en silencio bajo las aguas del Mediterráneo. En las profundidades del mar un útero de acero guardaba aún en su seno una feliz esperanza de vidas.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
