-
Un informe de la OCDE y la Unión Africana nos muestra el potencial que para el desarrollo de África tendría la construcción de carreteras o redes tecnológicas en la reducción de las altas tasas de pobreza
En esta intensa semana en Casa África, una de las actividades que hemos organizado ha sido la presentación, en Tenerife y en Madrid, de uno de los informes macroeconómicos sobre África de referencia internacional. Se trata del llamado African Development Dynamics (Dinámicas de Desarrollo de África), un trabajo que cada año elaboran conjuntamente el Centro de Desarrollo de la OCDE y la Comisión de la Unión Africana. El informe suele abordar cada año una temática concreta alrededor del necesario desarrollo económico del continente, y el de este año aborda una temática interesantísima, de gran interés y potencial de colaboración para nuestro país: el impacto del desarrollo de infraestructuras.
Y el informe llega a una conclusión fundamental: la construcción de infraestructuras no es solo una necesidad para el continente africano, sino la palanca estratégica clave para alcanzar las cotas de desarrollo que la propia Unión Africana se ha marcado como objetivo en su plan maestro, llamado Agenda 2063.
El contexto es apremiante: a pesar del crecimiento del PIB africano (que entre 1990 y el pasado 2024 ha conseguido multiplicarse por 4,2 veces, alcanzando los 2.8 billones de dólares, el progreso en estos momentos se ha estancado y no avanza como debería. La crisis del COVID y el aumento de la fragilidad de muchos Estados han provocado enormes bolsas de pobreza. Hoy en día, en el mundo viven casi 700 millones de personas en condiciones de pobreza extrema, esto es, con menos de 2,15 dólares diarios para sobrevivir.
En el continente africano (1.300 millones de personas) vive en este momento el 16% de la población mundial. Lo dramático es que el 67% de la población del planeta que vive en la extrema pobreza está en África. Es decir, que dos de cada tres personas en pobreza extrema del mundo, son africanas. Y que, lamentablemente, las cifras en los últimos años muestran que hemos ido a peor: las tasas de pobreza en los países de bajos ingresos son más altas que antes de la pandemia.
Lo que vino a contarnos en la presentación de este informe el director adjunto del Centro de Desarrollo de la OCDE, Federico Bonaglia, es que, si no se logra un crecimiento más rápido e inclusivo, la erradicación de la pobreza extrema podría llevar varias décadas, y pasará hasta más de un siglo antes de que la población mundial consiga superar el umbral de los 6,85 dólares diarios.
El informe AfDD 2025 no deja lugar a dudas: si África quiere situarse al nivel de los países que han logrado una transformación productiva ejemplar, debe movilizar una inversión anual media de 155.000 millones de dólares hasta 2040. Esta cifra, lejos de ser un simple dato técnico, representa el 5,6% del PIB africano de 2024 y constituye, en mi opinión, el verdadero termómetro de la ambición y el compromiso del continente con su propio futuro.
¿Por qué es tan relevante este umbral? Porque alcanzar ese volumen de inversión no solo permitiría cerrar la brecha en infraestructuras, sino que tendría un efecto multiplicador sobre el crecimiento económico. Los cálculos del informe son contundentes: con esa inyección de capital, el PIB africano podría crecer, de media, 4,5 puntos porcentuales más cada año.Hablamos, por tanto, de la posibilidad real de duplicar el tamaño de la economía africana en apenas tres lustros y, lo que es más importante, de superar el ambicioso objetivo del 7% de crecimiento anual que marca la Agenda 2063 de la Unión Africana.
A pesar de que la necesidad de invertir en infraestructuras en África es incuestionable, la realidad es que la movilización de recursos sigue siendo insuficiente. Entre 2016 y 2020, el continente apenas logró reunir 83.000 millones de dólares anuales, poco más de la mitad de lo que realmente se requiere para cerrar la brecha. Los desafíos, lejos de ser coyunturales, son profundamente estructurales y se manifiestan en tres frentes principales.
En primer lugar, la deuda soberana y el escaso espacio fiscal: los gobiernos africanos han visto cómo su margen de maniobra se reduce drásticamente. Hoy, destinan de media siete veces más recursos al pago de intereses de la deuda que a la inversión en infraestructuras.
En 15 países, el gasto en intereses supera incluso al destinado a nuevas infraestructuras.
En segundo lugar, el alto coste del capital privado: la participación del sector privado es mínima, apenas representa el 11% de la inversión total. El coste promedio del capital para proyectos de infraestructura en África se sitúa en el 13%, muy por encima del 8% que se observa en los países de la OCDE. Esto evidencia la urgencia de reducir el riesgo percibido y de mejorar la transparencia para atraer inversores.
Por último, la incertidumbre en la financiación al desarrollo: aunque los socios bilaterales y multilaterales aportan casi la mitad de la inversión, el futuro es incierto. Se prevé una caída de hasta el 17% en la Asistencia Oficial al Desarrollo global en 2025, un descenso que afectará especialmente a los países africanos más vulnerables, que ya reciben un 40% menos de financiación en relación a su población.
Dicho esto, a nadie se le escapa que todo este planteamiento, por ambicioso que sea, tropieza con una pregunta tan sencilla como demoledora: ¿de dónde saldrá el dinero? Porque, como he señalado en otras ocasiones, el gran reto sigue siendo el acceso a la financiación, ya sea por la pesada losa de la deuda externa o por las elevadas tasas de interés que encarecen cualquier intento de progreso. La cuestión financiera, en definitiva, es el verdadero nudo gordiano que África debe desatar si quiere transformar su potencial en una realidad tangible y duradera. Y eso exige un esfuerzo solidario por parte del resto del mundo.
El enfoque de las iniciativas que se proponen se centra en la infraestructura que aceleren la transformación productiva, y el informe incluso llega a proponer un reparto en las necesidades de inversión, como las redes de carreteras (32%), ferrocarriles (24%), cables de fibra óptica (23%) y la implantación de paneles solares (17%). Es muy interesante el hecho de que incluso de habla de qué ejes de transporte es necesario desarrollar, citando hasta 69 proyectos transfronterizos diseñados para impulsar el comercio regional y expandir el acceso a servicios esenciales.
Por ejemplo, el amigo Bonaglia nos explicó que en África Occidental, nuestro vecino más próximo, necesita invertir principalmente en transporte (más de la mitad de las inversiones) y en el sector digital, priorizando carreteras aptas para todas las estaciones y un mejor acceso a la energía para apoyar la transformación agrícola.
A la presentación, en el Salón Noble del Cabildo de Tenerife asistieron el director general de Relaciones con África del Gobierno de Canarias, Luis Padilla y el director de Acción Exterior del Cabildo, Pedro González, además de un nutrido grupo de empresarios de la provincia, encabezados por Pedro Afonso, de CEOE-Tenerife. En Madrid, por otra parte, asistieron varios Embajadores, como los de Mali o Cabo Verde, así como cargos del Ministerio de Asuntos Exteriores, entre ellos la directora de la cooperación con África de la AECID, Cecilia García. En ambos enclaves, la presentación sirvió para poner sobre la mesa la magnitud de la necesidad de infraestructuras en África y los esfuerzos que se están realizando para movilizar financiación.
También ha sido, o debería ser, una llamada de reflexión para el tejido empresarial español, y canario. Nuestro país cuenta con algunas de las empresas más reconocidas y experimentadas del mundo en la ejecución de proyectos de infraestructura audaces y transformadores.
Sin embargo, ante un continente que demanda soluciones innovadoras y una inversión sin precedentes, cabe preguntarse: ¿por qué España, con todo su potencial y liderazgo en el sector, no está más presente en este proceso de transformación africana? La oportunidad está ahí, la necesidad es evidente y los esfuerzos internacionales para facilitar la financiación avanzan. Es el momento de que las empresas españolas den un paso al frente y asuman un papel protagonista en el desarrollo de infraestructuras que marcarán el futuro de África.
José Segura Clavell
Director general de Casa África