sábado, octubre 25, 2025
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La nueva fiebre del oro

  • El precio global del oro, en máximos históricos, está permitiendo mostrar claramente cómo la geopolítica africana está intrínsecamente condicionada por este y otros minerales estratégicos

El otro día en una conversación con amigos apareció el detalle que en un regalo por una celebración, éste había consistido en un pequeño lingote de oro. Y no es la primera vez que oigo algo así en el último año. Con un precio ya por encima de los 4.350 dólares por onza (cerca de 3.740 euros esos 31 gramos) este mineral está en su precio máximo histórico, con lo que afianza su valor como inversión refugio por todo el mundo, desplazando al dólar y al euro en las transacciones.

Los motivos son varios, pero los expertos coinciden en que es la volatilidad geopolítica. Desde los aranceles de Trump y la creciente conflictividad el mundo, el crecimiento de la inflación… muchos bancos centrales están recurriendo al oro incrementando sus reservas para reducir su exposición al dólar. Y eso, claro, ha disparado la demanda.

Hoy quería explicarles que este metal está jugando en estos momentos un papel fundamental para explicar los movimientos geopolíticos que están sucediéndose en África, y que además, ello provoca que en nuestro continente vecino eso tenga también un componente trágico y tenebroso.

Leí esta semana un artículo de Julián Gómez Cambronero, autor del Blog El Congo en español, en el que hacía la reflexión de que en países como la República Democrática del Congo el valor del oro no debería medirse en dólares por onza, sino en vidas perdidas, en tragedias invisibles. En este y en muchos otros países africanos, el oro se extrae de la tierra a través de la minería artesanal, una actividad de por sí muy peligrosa (derrumbe de minas), tremendamente contaminante para el medio ambiente y las personas que trabajan en ella (se utiliza mercurio y cianuro) y, obviamente, ilegal. Es muy obvio, además, que la explotación del oro desde la minería artesanal conlleva la explotación de hombres, mujeres y niños cuyos emolumentos son inmunes al ‘boom’ de precios en el mercado internacional: siguen explotados, cobrando poco o nada.

Trágicamente, estos riesgos se materializan con frecuencia: en un solo suceso ocurrido a mediados de febrero en una mina ilegal en Mali, el colapso resultó en la muerte de 48 personas. En la RDC, la inestabilidad del terreno o el uso indebido de explosivos han provocado avalanchas de tierra como la que se vivió en la mina artesanal de Lomera, en Kivu Sur, en julio de 2025, donde cientos de mineros quedaron atrapados en pozos un poco más anchos que el cuerpo de un hombre.

En las últimas semanas han sido diversos los artículos que hemos escrito en los que hemos mencionado el papel del llamado ‘oro de sangre’ que alimenta conflictos desde el Sahel a Sudán, pasando por la citada RDC. Los grupos armados, incluidas milicias yihadistas (como JNIM, adscrita a Al Qaeda), y facciones rivales (como en Sudán), luchan por el control de los yacimientos para financiar sus operaciones y la compra de armas, estableciendo así alianzas que aportan novedades a este difícil y complejo mapa de tensiones geopolíticas en el que se está convirtiendo el continente africano.

De hecho, en países como la RDC, se calcula que solo el 10% del oro extraído sigue canales legales, mientras que el resto se trafica ilegalmente, perdiéndose miles de millones de dólares anuales en ingresos fiscales. Este oro se «blanquea» a través de países vecinos (Ruanda, Uganda) y, principalmente, termina en centros comerciales globales de países como Emiratos Árabes (Dubai), Turquía o China.

Porque, a diferencia de los diamantes de conflicto, el oro tiene un problema de trazabilidad: es difícil de rastrear una vez fundido, facilitando que el «oro de sangre» entre en las cadenas de suministro globales sin que el consumidor tenga la más mínima idea de su procedencia.

África ha tenido siempre mucho, muchísimo oro. Este metal precioso ha sido, durante siglos, un pilar fundamental en la configuración de su peso económico a nivel global. En particular, África Occidental ha destacado como un epicentro de la minería aurífera desde tiempos remotos. Su riqueza histórica se remonta al antiguo Imperio de Ghana, célebre por sus vastas reservas y sus dinámicas redes comerciales, lo que le valió el sobrenombre de “Tierra del Oro” (hoy Ghana está en el puesto más elevado en los rankings de países auríferos africanos, 140 toneladas métricas por año).

O también podemos remitirnos en los libros de historia a Mansa Musa, emperador de Mali en el siglo XIV, célebre por haber convertido su reino en uno de los más ricos del mundo gracias al oro. Bajo su gobierno, Mali controlaba vastas minas auríferas y rutas comerciales que abastecían gran parte del oro del mundo islámico. Su legendaria peregrinación a La Meca, en la que distribuyó tanto oro por el camino que desestabilizó economías locales, simboliza el poder económico y cultural que el oro otorgó a Mali en la historia global.

Y ahora, siete siglos después, en un momento complejo para Mali y todo el Sahel, el oro sigue siendo fundamental y nos aporta claves de parte de lo que está sucediendo. Los gobiernos militares de la región —Mali, Níger y Burkina Faso— han adoptado políticas de nacionalismo de recursos, revisando sus códigos mineros (como el nuevo marco legal de Mali en 2023) y presionando o expropiando a empresas occidentales, con el argumento de poner fin a décadas de explotación extranjera.

En este vacío geopolítico, Rusia ha emergido como el principal beneficiario estratégico, utilizando el oro africano, como se ha escrito en algún artículo especializado, como un “ecosistema monetario en la sombra” y un “activo a prueba de sanciones” para financiar los conflictos que Putin mantiene en lugares como Siria y Ucrania.

La construcción de una refinería de oro en Mali, en colaboración con un conglomerado empresarial ruso llamado Yadran, refuerza esta dinámica: las juntas militares intercambian seguridad por acceso a recursos, profundizando su dependencia económica. Además, el control de operaciones mineras en países como Sudán, la República Democrática del Congo y Mali ha sido formalizado bajo estructuras dirigidas por el Ministerio de Defensa ruso y la inteligencia militar (GRU), ahora bajo el nombre de “Africa Corps”, en sustitución del Grupo Wagner.

Y no solo es Rusia. China también está jugando fuerte con el oro y juega un papel activo en la expansión de la minería ilegal a escala industrial en países como Ghana y la República Democrática del Congo. Diversas investigaciones y artículos periodísticos han dado cuenta de ello.

Se estima, por ejemplo, que al menos 15 países ricos en oro han iniciado procesos judiciales contra ciudadanos y empresas chinas por actividades ilegales desde principios de 2024, señalando que el metal extraído de forma opaca elude el pago de impuestos y termina siendo vendido en centros comerciales globales antes de llegar a China.

Quizás sonará a un deseo poco realista, pero sería ideal que este nuevo boom del oro en el continente africano no replique los patrones neocoloniales, da igual que sean europeos, rusos, chinos o de una monarquía del Golfo Pérsico. La clave estaría en que los gobiernos africanos sean capaces de gestionar, capturar y revertir el valor generado por sus recursos en el desarrollo de sus ciudadanos y sus economías.

Y en que la tan enorme minería artesanal existente pueda irse regularizando, a través de permisos y concesiones legales, cuyos beneficios permitan también ir avanzando hacia el máximo respeto medioambiental y que compense justa y dignamente a sus trabajadores.

Insisto, quizás suene a utópico, pero la única manera de terminar con el oro de sangre y toda la muerte y miseria que conlleva pasa por la transparencia en todos los acuerdos firmados y por un consenso internacional que admita, por fin, que son los africanos los que principalmente deben beneficiarse del hecho de tener oro en su subsuelo.

Al respecto. el otro día les hablé en un artículo del último libro que hemos publicado en Casa África, sobre Patricio Lumumba, mítico líder de la independencia congoleña. Este era precisamente el principal mensaje por el que luchaba.

Así que no está de más que, por muy caro que esté el oro, y que por muchos lingotes pequeños que compremos como un valor seguro, deberíamos preguntarnos si ese oro, al ser extraído, ha provocado la muerte de personas en otra parte del mundo, muy probablemente en África.

José Segura Clavell

 Director General de Casa África

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