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La memoria de una mujer que desafió su tiempo y la huella de un científico que hizo mirar a todos al cielo
En el Camino de La Hornera, en el barrio de Gracia de La Laguna, muy cerca del Campus de Guajara de la Universidad de La Laguna se levantaba la antigua casa de los Hardisson, una familia de origen franco-belga que formó parte de la vida cultural y social de Tenerife durante el siglo XX. Aquel entorno, de huertas, muros de piedra y viejas casonas, fue testigo del nacimiento y madurez de Clemencia Hardisson Wouters, una mujer que rompió los moldes de su época y cuya vida acabaría entrelazándose, de forma inesperada, con la historia del conocimiento científico en Canarias.
Clemencia nació en 1908, hija del consignatario Augusto Sabin Hardisson y de la baronesa Clemencia Wouters de Coppens. Desde su juventud mostró un espíritu inquieto y una inclinación por las causas sociales y culturales. En los años treinta, su casa del Camino de La Hornera se convirtió en un punto de encuentro para artistas y pensadores de La Laguna, hasta que la represión de la Guerra Civil truncó aquel clima de apertura. Clemencia fue encarcelada en 1937 y, tras su liberación, se exilió a Bélgica y luego a Francia, donde trabajó con la Cruz Roja y colaboró con la resistencia. Su valentía le valió la Legión de Honor francesa en 1945.
A su regreso a Tenerife, décadas después, encontró un mundo distinto. Las tierras familiares del Camino de La Hornera, antaño dedicadas al cultivo, comenzaron a transformarse en espacio urbano. Clemencia, fiel a su sentido de la justicia social, decidió ceder parte de aquellas propiedades para el bien común. En los terrenos que pertenecieron a los Hardisson se levantaron viviendas para familias con escasos recursos y, años más tarde, instituciones científicas que marcarían un antes y un después en la historia intelectual de las Islas. Entre ellas, el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), cuya sede principal se encuentra precisamente en ese entorno.
El vínculo entre los Hardisson y el IAC cobra un sentido especial con la reciente muerte de su fundador, el astrofísico Francisco Sánchez Martínez. Su visión convirtió a Tenerife y La Palma en referentes internacionales de la observación astronómica, y su sueño se concretó en los mismos terrenos donde, décadas antes, Clemencia había apostado por poner su patrimonio al servicio del progreso. La coincidencia geográfica y simbólica resulta poderosa: donde antes hubo una casa abierta a las ideas, se erigió más tarde un centro dedicado a explorar el universo. Dos gestos separados por el tiempo, pero unidos por una misma fe en la razón y el conocimiento.
Hoy, el Camino de La Hornera mantiene esa doble herencia; la memoria de una mujer que desafió su tiempo y la huella de un científico que hizo mirar al cielo a todo un archipiélago, a todo el mundo. Entre los muros del barrio de Gracia se cruzan las historias de Clemencia Hardisson y Francisco Sánchez, como si la curiosidad humana y la generosidad social hubiesen encontrado, en aquel rincón de La Laguna, un mismo punto de partida hacia las estrellas.
