Seguimos resistiendo. Los meses, los diez meses transcurridos empiezan a pesar en nuestros cuerpos, en nuestras almas y en nuestros corazones.
Los comienzos fueron desconcertantes. Incomprensibles y trágicos. ¿Quedarse o huir? Decidimos quedarnos. Vivimos con inmenso dolor y respeto la salida de familiares y amigos.
Entre los ruidos atronadores y estridentes empezamos a experimentar con miedo y temor lo que iba aconteciendo. El sonido de las alarmas antiaéreas nos empujaba a los refugios. Era el momento de las bombas. Al silenciarse, nos asaltaban las dudas: ¿qué encontraremos al salir?
La destrucción y la desolación se apoderaba de lo que antes eran nuestras bonitas ciudades. Pero todavía no era el final.
La falta de electricidad y de gas a algunas horas nos obligaba a modificar nuestros horarios. Había que adaptarse. Nuevos tiempos para cocinar y comer, nuevos tiempos para dormir, nuevos tiempos para trabajar.
De la escasez pasamos a la total carencia de fuentes de energía. Y regresamos, sin quererlo, a vivir en el siglo XVIII con la única diferencia de que nosotros creíamos ser ciudadanos del siglo XXI.
Estábamos acostumbrados a abrir el grifo y tener agua, a cocinar en nuestras cocinas, a encender nuestras lámparas, a poner nuestras calefacciones… El clima en el que hemos nacido se nos hacía extraordinario y mucho más duro de lo que siempre fue. Riguroso, crudo e inclemente. Los veinte grados bajo cero en nuestras calles desiertas lo hacían diferente. Nada era igual que antes.
¿Cómo seguir?
Nos han robado la cotidianidad y la rutina, nos han usurpado las costumbres, el tedio y el aburrimiento, las pequeñas discusiones, los bostezos y hasta el hastío.
Nos han despojado de nuestras risas, de las bromas y las alegrías. También de los momentos de júbilo y regocijo, de las fiestas y las reuniones con familiares y amigos. Nos han sustraído los paseos con nuestros hijos, los juegos en parques y jardines. También nos han arrebatado nuestras excursiones al campo y a las montañas.
Evocamos continuamente tiempos mejores. Tiempos pasados. Reímos poco y a escondidas.
Vivimos una estúpida guerra ¿Hay alguna que no lo sea?
Una invasión. Una relación escandalosa de muertos. Miles de inocentes que no habían hecho daño a nadie. Un inventario impúdico de desaparecidos. Un número indecoroso de heridos, lisiados y tullidos. Una lista obscena de exiliados. Un único país destruido.
Se acercan las Navidades. ¿Navidades blancas?
No. Nuestras Navidades están teñidas de sangre, de violaciones y muerte. Navidades oscuras. Navidades sin luz. Navidades rebosantes de soledad, tristeza, ahogo y abatimiento. Se nos acaban las fuerzas y el ánimo. Nos inunda el temor, el miedo y el desconsuelo.
¿Quedará alguien para reunirnos?
Los que aquí quedamos, estamos sin hijos, sin padres, sin maridos, sin mujeres, sin parientes, sin amigos, sin vecinos…
Un país barrido, devastado y herido de muerte por generaciones. Con dolorosas heridas en el alma. Con los corazones rotos. Sin alegría, sin risas, sin canciones, sin luces y bullicio, sin júbilo, sin felicidad y regocijo…
Mañana es 25 de diciembre.
Mañana, sacaremos fuerza de nuestra debilidad.
Juntos y con esperanza celebraremos una nueva Navidad.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales
