sábado, diciembre 6, 2025
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Del espíritu crítico al populísmo

  • 47 años de “nuestra Constitución”, aunque a unos pocos les pese

Hace 47 años, hubo un tiempo en el que la cultura popular —la música, las manifestaciones artísticas, los movimientos juveniles— actuaba como un termómetro social cargado de preguntas incómodas. Aquella generación, especialmente entre finales de los sesenta y principios de los setenta, no buscaba adormecerse con mensajes fáciles, perseguíamos sentido. Se hablaba de libertad interior, de cuestionar el orden establecido, de trascender las estructuras que mantenían a la sociedad en piloto automático. El mensaje, aunque a veces ingenuo, tenía una cualidad difícil de encontrar hoy, nos invitaba a pensar.

Era una época en la que se aspiraba a una conciencia más elevada, a una madurez social basada en la reflexión, la apertura y la búsqueda personal. Incluso las expresiones más idealistas escondían un trasfondo de inconformismo genuino. Frente a un mundo convulso, aquellos discursos culturales proponían una forma de resistencia pacífica que no era más que elevar la conversación, no empobrecerla.

En contraste, el clima político, social y cultural actual parece avanzar en dirección contraria. El populismo —de un lado y de otro— ha convertido la política en un escenario donde la complejidad es un estorbo y la emoción inmediata lo es todo. Lo que antes era una invitación al pensamiento crítico, hoy es una invitación a aplaudir consignas sin detenerse a examinarlas. Si aquel espíritu trataba de abrir ventanas, el populismo contemporáneo se esfuerza por cerrar puertas a cualquier matiz.

La diferencia fundamental radica en la relación con la verdad y la responsabilidad. Los movimientos culturales de entonces, por contradictorios que fueran, buscaban despertar conciencia y cuestionar inercias sociales. El populismo actual, en cambio, se nutre de la simplificación permanente. Enemigos inventados, soluciones mágicas, culpables a medida, es un relato diseñado con una medida ideológica para fabricar reflejos, no razonamientos.

Además, donde antes se celebraba la diversidad de pensamiento como un camino para comprender mejor el mundo, hoy prevalece la lógica de la trinchera. La política se ha convertido en un combate entre identidades rígidas, en el que dudar es sospechoso y matizar es una forma de traición. Esa atmósfera reduce la participación ciudadana a un gesto emocional, casi instintivo, eliminando el espacio para la deliberación.

La cultura crítica del pasado también se caracterizaba por un deseo de unidad espiritual o ética, por una búsqueda de algo que trascendiera del yo individual. En cambio, muchos discursos actuales se basan en elevar el ego colectivo de un grupo concreto a costa de deshumanizar al resto. La consecuencia es un empobrecimiento del debate público, que deja de centrarse en soluciones y se centra en narrativas que solo fortalecen la división.

No trato de idealizar el pasado —aquella época también tuvo contradicciones y excesos—, sino de señalar el contraste. Aquella pulsión por entender el mundo y transformarlo desde la reflexión ha sido sustituida por una política que pide emociones rápidas y fidelidades automáticas. Y en ese cambio, la ciudadanía pierde un bien muy valioso: la capacidad de hacerse preguntas.

Tal vez la mayor crítica al populismo no sea su tono ni sus promesas, sino la falta de respeto que muestra hacia la inteligencia colectiva. Su fuerza se basa en asumir que la gente no quiere pensar, que solo necesita un relato sencillo y un enemigo sobre el que descargar frustraciones. Y esa visión, si se normaliza, rebaja a la sociedad entera.

Por eso vale la pena recordar que hubo momentos en los que la cultura popular funcionaba como un despertador, no como un sedante. Momentos en los que se invitaba a la gente a elevar la mirada y no a reducir el mundo a un eslogan. Recuperar parte de ese espíritu crítico —sin nostalgias vacías, pero con la misma exigencia intelectual— podría ser un buen antídoto frente a un presente cada vez más saturado de ruido y cada vez más pobre en pensamiento.

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