Nuevamente el foco político y mediático se desplaza hacia figuras foráneas distrayendo nuestra atención de los problemas que sufrimos a diario en Canarias. Está claro que el presidente de los Estados Unidos de América es un personaje polarizante y su regreso a la primera línea de la política global despierta reacciones de todo tipo. Sin embargo, aferrarnos a su figura como símbolo del mal que amenaza nuestras sociedades es, sencillamente, una distracción. Porque, en realidad, nuestro problema no es Trump.
Nuestro problema es una tasa de paro que sigue siendo escandalosamente alta, especialmente entre los jóvenes. Las promesas de empleo estable y de calidad han quedado relegadas a titulares vacíos. Miles de personas siguen encadenando contratos precarios, sin futuro y sin capacidad real para construir una vida digna. Mientras tanto, la economía se recupera «en los datos», pero no en los bolsillos.
Nuestro problema es una cesta de la compra que no deja de subir. Las familias trabajan más que nunca, y aún así llegan con dificultad a fin de mes. Los precios de los productos básicos se disparan mientras los salarios de los canarios siguen estancados. Comer bien se ha convertido en un lujo para muchos, y la inflación no hace más que aumentar la brecha social.
Nuestro problema es la falta de vivienda asequible. Los alquileres se han disparado en todas las islas, haciendo prácticamente imposible que los jóvenes se emancipen o que una familia trabajadora pueda vivir dignamente. En algunos lugares, el precio del metro cuadrado se ha convertido en auténtico disparate. A esto debemos sumar una densidad de población descontrolada, incrementada por la llegada de extranjeros procedentes de todas partes del mundo.
Nuestro problema está también en el estado de nuestras carreteras y el transporte público. Las infraestructuras de muchas zonas están deterioradas, con atascos diarios, accidentes evitables y conexiones mal planificadas. El transporte público, lejos de ser una alternativa real, es a menudo insuficiente y mal planificado. La gratuidad ha hecho que se dispare el uso pero las guaguas están en las mismas retenciones que los turismos particulares.
Nuestro problema también se refleja en la falta de una política migratoria efectiva y humana. Miles de personas llegan a nuestras costas huyendo de la miseria y los conflictos. En lugar de una estrategia coordinada que garantice derechos y favorezca la integración, asistimos a improvisaciones políticas, parches temporales y discursos polarizantes que solo alimentan el miedo y la división.
Nuestro problema es un sistema de asistencia social y sociosanitaria claramente insuficiente. Los más vulnerables, los mayores, las personas con dependencia o discapacidad, siguen sin recibir el apoyo necesario. Las listas de espera se eternizan, los recursos no llegan, y los profesionales trabajan desbordados y sin medios. A esto se suma una sanidad pública saturada, donde conseguir una cita médica con fecha próxima se ha convertido en una odisea. Las urgencias colapsadas, la falta de personal y la precariedad en la atención no se solucionan con aplausos, sino con inversión real y planificación.
Y aún así, cada vez que algo va mal, miramos hacia afuera. Como si el problema fuera siempre otro. Como si todo se pudiera explicar con el miedo al populismo extranjero o a la amenaza externa. Pero no, nuestros problemas están aquí, entre nosotros. Mientras sigamos mirando hacia fuera sin exigir responsabilidades y soluciones a quienes nos gobiernan; nos contentemos con tener unos buenos carnavales y mucha fiesta, seguiremos igual o peor.
Trump no tiene la culpa de nuestros alquileres, de nuestros atascos ni de la pobreza energética. Nuestro problema no es él. Nuestro problema es mirar a otro lado. –Confucio.
