Las decisiones de un presidente europeo que provocan un creciente consenso internacional: no se trata de valentía, sino de una temeraria falta de sentido de Estado. Donde algunos ven audacia, cada vez más medios ven improvisación, cálculo fallido y una preocupante tendencia a jugar con fuego mientras el país arde. Y todo esto, sin haber comido.
En política internacional, cuando un líder que busca romper moldes para avanzar bajo la apariencia de firmeza, dinamita equilibrios esenciales; un líder llegado al poder aupado por una profunda crisis dentro de su propia ideología, lejos de inspirar respeto o admiración genera inquietud, desconfianza y alarma. En un contexto marcado por escándalos judiciales, alianzas con partidos radicales y un desprecio abierto a los consensos internacionales, su mandato es observado como un ejemplo de cómo no gestionar un país.
A estas alturas del texto cualquier lector avezado sabe de quién hablo. Uno de los episodios que más críticas ha suscitado es su negativa a respaldar el nuevo objetivo de gasto militar de la OTAN, fijado en el 5 % del PIB. Mientras sus socios estratégicos refuerzan su compromiso con la defensa común, él decide enfrentarse a Washington sin tener ni la capacidad ni el respaldo interno para sostener ese pulso. Desde Washington hasta Berlín, lo que se ve es otra cosa: una bofetada diplomática gratuita, que puede costarnos más de un disgusto. Estados Unidos ya ha deslizado la palabra “represalias”. Porque claro, desafiar a la primera potencia mundial siempre queda muy bien… en las películas. En la vida real, lo que queda mal es gestionar la política exterior como si se tratara de una asamblea universitaria.
La prensa extranjera es tajante también con su gestión interna. The Times destaca el deterioro institucional del Ejecutivo. Pactos con fuerzas independentistas, concesiones a grupos políticos que cuestionan el marco constitucional y apoyan de alguna manera el terrorismo junto a una sucesión de investigaciones judiciales que afectan incluso a su entorno familiar colocan su mandato en una situación de fragilidad democrática preocupante.
Lejos de atenuar las tensiones, su política exterior ha agravado su descrédito. Su denuncia altisonante de un supuesto “genocidio” en Gaza y su presión para suspender acuerdos internacionales no se han traducido en medidas reales, sino en titulares vacíos. Muchos medios lo acusan de cinismo, señalando que estas declaraciones no tienen otro fin que desviar la atención de su crisis interna. Se le reprocha incoherencia, oportunismo y un uso propagandístico de los derechos humanos según la conveniencia del momento.
Más que un líder con visión, la prensa internacional empieza a ver en él a un político que prioriza su supervivencia sobre el interés nacional. Plantar cara a Washington sin respaldo, cuestionar a Tel Aviv sin consecuencias diplomáticas, sostenerse en el poder a costa de alianzas cuestionables… todo ello conforma un perfil que, más que audaz, resulta temerario.
Pero si algo ha conseguido es romper consensos. Con aliados, con socios comerciales, con sus propios votantes. En un tiempo récord ha logrado algo difícil: ser visto fuera como un líder errático, dentro como un político agotado, y aún así seguir hablando como si estuviera cincelando su estatua en mármol. Es el arte de gobernar sin gobernar, de resistir sin liderar, de comparecer sin decir nada. Y, por supuesto, sin haber comido.
El legado que podría dejar no es el de un reformista, sino el de un dirigente que debilitó la posición internacional de su país, que gobernó dividido y que apostó por polarizar para mantenerse. En un escenario europeo cada vez más exigente, su figura no despierta admiración, sino preocupación.
Porque, al final, eso es lo que ha quedado grabado: “Son las cinco, y no he comido”. Y mientras tanto, Bruselas se inquieta, Washington se endurece, el moro se rearma y buena parte del país empieza a preguntarse si no habría sido mejor que, en lugar de hablar de su dieta, se hubiera preocupado por alimentar un poco mejor la credibilidad de nuestro país en el mundo. –Confucio.
