viernes, noviembre 7, 2025
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Cuando la crítica evade lo importante

  • El arte de opinar sin sonrojarse

Estos últimos años se han convertido en una época dorada para verter opiniones por parte de todos, esos predicadores modernos del comentario televisado, tuitero, editorializado en prensa escrita o radiofónica. Todos ellos han desarrollado una habilidad quirúrgica para detectar el argumento menos relevante y convertirlo en objeto de sesudas disertaciones, eso sí, solamente cuando afecta a sus líderes favoritos, esos mismos que han hecho o dicho algo difícil de defender sin sonrojarse.

Los autodenominados expertos cumplen un rol crucial, se han convertido en intermediarios entre el poder y los ciudadanos. Ellos interpretan, contextualizan y critican las acciones de los adversarios políticos o incluso gremiales. Cuando en no pocas ocasiones, los hechos se tornan incómodos o difíciles, algunos de estos opinadores desvían la atención hacia otros derroteros llegando a faltar el respeto a la inteligencia de las personas.

Suele suceder así: el gobierno o político de turno –nacional, autonómico o local– toma una decisión polémica contraria a sus principios o sencillamente mete la pata hasta el corvejón. Cuando esperamos un análisis profundo aparecen los tertulianos, opinadores y las redes con una batería de asuntos alternativos… es irrelevante, en otra autonomía pasa peor, el gobierno anterior hizo esto o lo otro o se rasgan las vestiduras cuando la oposición reacciona en un tono que consideran excesivamente duro. Lo verdaderamente crucial es la ausencia de crítica.

Así, la discusión en los medios se llena de ruido más o menos elegante: indignaciones por tuits mal redactados, especulaciones sobre gestos faciales y análisis meticulosos de fotos en actos oficiales. Es la política como espectáculo de variedades, donde la sustancia se sustituye por simbología menor y el desacuerdo honesto se reemplaza por una coreografía de evasión.

Este fenómeno suele intensificarse cuando los líderes políticos por los que simpatizan, admiran o simplemente prefieren, toman decisiones controvertidas, impopulares o abiertamente erróneas. En lugar de asumir una postura crítica honesta, se escudan en distracciones de sus lectores, oyentes o televidentes. Este comportamiento es una forma de manipulación, en lugar de aportar un debate informado se construye una narrativa superficial que entretiene pero no explica.

Cabe preguntarse: ¿Es esto ingenuidad o cinismo? ¿Protección emocional o cálculo profesional? Probablemente un poco de todo. Lo cierto es que esta práctica tiene consecuencias reales y que podríamos llamar estrategia de desvío opinativo por disonancia afectiva. Es decir, cuando criticar a “los míos” me genera angustia, mejor hablo de otra cosa. –Confucio.

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