jueves, noviembre 6, 2025
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Ni quito ni pongo rey

Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor” Esta mítica frase pronunciada por Bertrand Duguesclin pone de manifiesto el compromiso adquirido con su Señor Enrique de Trastámara quién sin su valiosa ayuda no hubiera podido salvar su vida ni haber pretendido formar parte de la corona de Castilla.

Por aquel entonces, tanto ingleses como franceses se disputaban la Corona de Castilla habida cuenta del poderío que significaba contar para el futuro con el favor de tan grandiosa escuadra militar. Y con tal propósito hizo su aparición por parte francesa Enrique de Trastámara, quién, por otra parte, deseaba fervientemente vengar la muerte de su madre, a la sazón amante del padre de Pedro I el Cruel y las de sus seis hermanastros.

Enrique de Trastámara y Pedro I “El Cruel” enfrentáronse cuerpo a cuerpo en el campo de batalla, pero cuando todo parecía perdido para Enrique, ahora a merced de Pedro, su vasallo Duguesclin con rapidez y acierto sujetó por los pies al Cruel, momento que aprovecharía Enrique para asestarle el golpe definitivo y causarle la muerte.

Ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi señor” no significa otra cosa que la justificación de unos hechos acaecidos el 23 de mayo de 1369.

Todos nosotros hemos llegado a saber –y así lo interpreto yo- que para el pueblo llano, máxime en el siglo XIV, los Reyes eran elegidos por la gracia de Dios y en contra de eso no había nada que discutir. Pero otra cosa era la fidelidad que un vasallo le guardara a su Señor con independencia de que el Rey estuviera muy por encima de ambos.

En España muy pocos españoles saben con exactitud por qué muchos se consideran monárquicos. Quizás eso se deba a una herencia de carácter ecuménico-religioso por la que es indiscutible la presencia de un Soberano y por cuya razón se le ha permitido a la realeza disponer de nuestros pobres recursos para saciar tanto sus apetitos culinarios como sexuales sin pudor alguno, además de sus también instintos criminales para con la paciente fauna del planeta, por poner sólo unos sencillos ejemplos.

Cuesta mucho menos trabajo ajustar un preservativo para evitar un embarazo que colocar una mira telescópica para acabar con un elefante de varias toneladas, pero ninguno de los dos objetivos nunca termina bien.

Al parecer, la domadora de elefantes también pronunciaría en su momento la mítica frase de Duguesclin, pero sólo cuando era beneficiaria de los halagos materiales del monarca. Una vez acabado el festín, se disfrazaría de señora de alto copete para extorsionar al alza a su peligrosa pieza de la que dicen algunos que emulando a Felipe II habría exclamado a su ayuda de cámara: “Yo no envié mis barcos a luchas contra la tempestad”.

zoilolobo@gmail.com

Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes

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