Para cuando por fin Elon Musk había logrado ya alunizar, todos nosotros le esperábamos desde minutos antes a regañadientes, sabedores como éramos de su apoyo incondicional a Donald Trump. Él no sabía en absoluto que nosotros, los lunáticos, habíamos llegado antes merced a la desinteresada colaboración de una inteligencia superior (SI) que los terrícolas despreciaban a menudo, del mismo modo que también nosotros, mientras vivíamos allí, igualmente despreciábamos la llamada Inteligencia Artificial (AI) de la que tanta gala hacían en Silicon Valley.
No sólo habíamos llegado a la Luna sino que además disponíamos de una avanzada tecnología facilitada por aquellos otros que, en el pasado reciente, nos visitaban a hurtadillas, movidos por sus naves espaciales en la obscuridad de nuestras noches en el planeta Tierra.
Al hombre más rico del mundo, el dinero sólo le serviría para desplazarse entre La Tierra y La Luna porque como moneda de cambio no podría utilizarla en el satélite; ni tan siquiera esa otra alternativa a la que denominaban Bitcoin. Y así se lo hicimos saber en cuanto hubo alunizado, razón por la que se sintió seriamente sorprendido.
De manera que aquel viaje de placer duró tan sólo el tiempo que le permitieron sus botellas de oxígeno. En tal sentido, nuestros aliados benefactores nos proporcionaban todo el oxígeno y agua necesarios que no sólo nos permitía respirar a pleno pulmón para siempre sino que, incluso, podíamos disponer de nuestros propios invernaderos donde cultivar frutas y hortalizas para gestionar nuestra larga supervivencia.
Mientras tanto, Donald Trump había sido elegido por segunda vez Presidente de las Estados Unidos de América y el señor Musk uno de sus múltiples asesores en La Tierra.
Por seguridad nunca desvelamos en qué lugar exacto del satélite residía nuestra minúscula comunidad, ni tampoco el poquísimo tiempo que nos llevaba en viajar entre la Tierra y la Luna, llevados y traídos a nuestro antojo por nuestros desinteresados benefactores alienígenas, quienes ni siquiera vivían aquí y cuyo lugar exacto nunca nos fue revelado.
Creo que nunca regresaremos al planeta Tierra como no sea por simple curiosidad. Ahora somos auténticos selenitas y con el tiempo, futuras generaciones se habrán adaptado al medio perfectamente hasta llegar a lograr emanciparnos de los favores de los que hoy gozamos y que nos sigue prestando de manera desinteresada una altísima civilización todavía tan desconocida como generosa para la humanidad terrestre.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
 
                                    