viernes, octubre 10, 2025
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Sábado noche

Era sábado; la semana había terminado. Noche de liberación y de juerga. Estaba preparado para divertirme. Beber. Bailar. Ligar.

Fui a una discoteca de moda. Estaba llena. En la pista había un grupo de chicas bailando sin parar. Eran jóvenes y guapas. Relajadas. Contentas. Los hombres como yo se animaban a salir a la pista. En pocos minutos casi todos estábamos alrededor.

Estuve fijándome bien en todas ellas y la vi. Era una mujer impresionante. Un cuerpo curvado y voluptuoso marcado por una ropa muy ajustada. Parecía una figura esculpida por los dioses y vestida por los ángeles. Me fue directamente a invitarle a una copa.

—Hola, soy Fran. ¿Qué te apetece tomar? ¿Te traigo una copa de…?

—Una copa de ron con Red Bull.

Fui a por la copa y estuvimos hablando. Después bailamos. La chispa había prendido. Nos sentamos y nos besamos. La noche prometía. Volvimos a la pista con más copas. A las cuatro me sugirió que saliéramos: —Si quieres vamos a mi apartamento y tomamos la última. Solo eso, me advirtió. Y añadió: —Acabo de empezar una relación, pero esta semana está fuera de España.

Fuimos en mi coche ya que había ido a la discoteca en el coche de una amiga.

Sentados en el sofá de su salón nos reímos y nos besamos apasionadamente. Se levantó y me dijo: —Recuerda que solo será una copa. ¿Qué quieres tomar? —Lo mismo que tú. ¿Te ayudo? —No, voy yo. Sacó unos vasos de un mueble que había en el salón y un Havana Club Selección de Maestros. Durante nuestra conversación posterior sabría que su amigo había pasado unos días en Cuba. Mientras iba a la cocina a por una cerveza de jengibre fría aproveché para verter en su vaso bufotenina, un derivado de la serotonina.

Desde los primeros sorbos, Helena empezó a sentir sueño. En seguida estaba semiinconsciente y aturdida. Los efectos alucinógenos empezaban a hacer su efecto. Entonces la empujé hasta dormitorio. Ya estaba preparada. Un cuerpo extraordinario. Una mujer joven. No me negó nada. Entregada completamente a todos mis deseos. La bufotenina había alterado su capacidad cognitiva y su percepción.

Una raya de coca me permitió hacer el amor cuatro veces.

Saciado de sexo, la dejé. Una raya más en su casa y bajé contento para coger el coche y regresar a mi casa. Allí esperaba mi mujer. Estaba dormida, pero no entré en nuestro dormitorio.

Me tiré en el sofá del cuarto de estar a dormir. Los gritos de mi mujer me despertaron por la mañana. Protesté: —Ya sabías que teníamos cena de empresa. Ella seguía gritando. —Me dejas sola con la niña. Siempre inventas excusas para salir. Estoy harta. Siempre estás de juerga. ¡Madura, tienes una hija de dos años!

Por la tarde y después de fumar un canuto en la calle pasé por casa y nos fuimos al parque con la niña. Esa noche no podría escaparme.

La semana siguiente la planifiqué con esmero. Desde el miércoles le conté a mi mujer con todo detalle el importante contrato que estábamos a punto de firmar. El viernes anunciaría la firma definitiva. Saldría a cenar con ella y después tomaríamos una copa. El sábado por la mañana me lleve a la niña al supermercado para no verla ni oírla. Después comeríamos en familia y una tarde de juegos con la pequeña. Tras el baño y la cena acostaría a la niña, pero a continuación saldría disparado:  —Ya te lo dije. Llevo todo el fin de semana en casa. No salí a cenar y solo voy a tomar con ellos una copa. No seas tan estrecha. Me haces sentir como si viviera en una cárcel.

Hacía tiempo que no iba a esta discoteca que era un clásico.

Al llegar actué como era mi costumbre. Observé detenidamente qué grupos de chicas había y qué mujeres se encontraban solas en la sala de fiestas. En seguida reparé en un grupo de amigas jovencitas. Vociferaban su alegría por haber empezado la Universidad. Celebraban su primer fin de semana como universitarias. Aunque me gustaba más una excitante rubia tuve que conformarme con su amiga Jéssica, mucho más cándida y confiada. Se vino conmigo contenta y feliz. Después de tres copas acabé con ella en el piso que compartía.

Me aseguró que nadie volvería al apartamento antes de las seis. Tenía tiempo. Sería rápido y no me me pillaría los dedos. Mientras iba al cuarto de baño puse en su copa la bufetanina. Y poco después, la arrastré hasta su habitación.

Al terminar cerré la puerta y me fui a casa. Un día más, el sofá sería mi catre. Ni siquiera entré en nuestro dormitorio.

A la hora de acostarme, mi mujer me despertó al entrar en casa. Venía con dos policías.

—¿De dónde vienes? ¿No estabas en casa? ¿Dónde está nuestra hija?

—¿Ahora te importa?, me contestó. Uno de los policías interrumpió nuestra agria discusión y dijo: —Tenemos una orden de detención contra usted. Le informamos de que tiene derecho a guardar silencio, a no auto incriminarse y a contar con un abogado. Si no lo tiene, le proporcionaremos uno de oficio.

Mi mujer volvió a tomar la palabra: —Eres un canalla y vas a pagar muy caro por todo lo que has hecho. Te he seguido y lo sabemos todo.

Al marcharte del piso de los estudiantes llegó una compañera de Jéssica y entré en su casa. En medio de las náuseas y los vómitos, me dijo aturdida y con una enorme dificultad para hablar que estaba ida y tenía la visión borrosa. Llamé inmediatamente al 061. Temblaba de miedo. ¡Pobre chica! Mientras llegaba la ambulancia insistió en que no sabía bien cómo había llegado a la cama y tenía la sensación de haber tenido más de una relación sexual sin su consentimiento.

Ahora está en el hospital. Le están haciendo toda clase de pruebas y va a denunciarte. Tendrás que preparar bien tu defensa. Se te acumulan los cargos y ahora pagarás por cada uno de ellos. Prepárate para vivir entre rejas por un largo tiempo. Adiós, Fran.

¡Ojalá te pudras en el infierno!

Doctora en Derecho.

Licenciada en Periodismo

Diplomada en Criminología y Empresariales

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