viernes, octubre 10, 2025

Maldad

Toda la vida me he resistido a creer que existe la maldad en estado puro.

No he podido entenderlo nunca. Y es que malos lo hemos sido, lo somos y lo seremos todos. Solo necesitamos que se encienda la chispa, y allá nos lanzamos con todas nuestras energías.

Pero tenemos frenos. Medimos. Calculamos. Sopesamos. Nos reprimimos. Nos cohibimos. Nos contenemos. Nos templamos. No nos dejamos llevar. No apretamos el acelerador. No vamos a escape libre porque sí así fuera viviríamos días cada día más aciagos, seguidos de otros todavía peores.

Hoy he visto la maldad delante de mí tras haberla negado tantas veces.

Despedía hedor y pestilencia. Una pura mendacidad. Una cadena interminable de maledicencias. Insultos, intimidaciones y chantajes. Las amenazas y difamaciones se enredaban en su garganta. Las murmuraciones se enzarzaban y enmarañaban.

Todo salía por su boca de forma atropellada. A presión. Como si el odio hubiera estado acumulándose en depósitos hediondos durante tiempo. Pudriéndose aún más y produciendo a gran velocidad gases para su explosión. Y cuando el depósito estaba rebosante y repleto, con la misma violencia de una olla exprés las palabras y las amenazas saltaron por el aire dirigiéndose en todos los sentidos. Ensuciando. Contaminando. Corrompiendo todo. Todo el odio desbordado como un aluvión ciclópeo.

La boca se convirtió en la única salida del embudo que acumulaba un torrente gigantesco de inmundicia detrás queriendo salir. Aprisionado y cada vez más encorsetado quería salir con mayor fuerza y violencia.

La experiencia ha sido profunda y hondamente nauseabunda. Repugnante.

He comprobado con horror cómo todo puede ser tergiversado, falseado y adulterado.

Confidencias que se han hecho durante años creyendo, confiando y confesando al otro son utilizadas ahora como rejones.

He visto cómo las palabras, expresiones y gestos se han inclinado siempre hacia lo sucio, mugriento y despreciable.

Todo tenía un fin, una intención clara.

Cómo hundir al débil y necesitado.

Cómo herir al triste y desamparado.

Cómo machacar al desconsolado y abatido.

Cómo reírse del que sufre y llora.

Cómo lesionar al extenuado y exhausto.

Como vulnerar al indefenso y deprimido.

Cómo dañar al angustiado y afligido.

Cómo burlarse del amigo y compañero.

Cómo escarnecerse del hermano.

Cómo enorgullecerse de la propia soberbia.

Solo he visto desprecios, desconsideraciones y desaires. Ultrajes, agravios y ofensas. Improperios y escarnios.

De ninguno de ellos había necesidad. Todo ha sido gratuito.

Por eso he pensado que había visto la maldad.

Pero…

Quizá dolida y anonadada no estoy haciendo una valoración correcta de los hechos.

Quizá ese modo de actuar vaya unido a la absoluta falta de autocrítica.

Quizá vaya unido creerse el ombligo del mundo, no mirando a los demás.

Quizá se identifique con no tener una vida plena, con una existencia insatisfactoria en todos los órdenes.

Quizá sea que padece una envidia corrosiva hacia todos los que le rodean.

Quizá se produzca por una escasa inteligencia y un enorme complejo de inferioridad frente a las personas normales con las que se codea.

Quizá vaya unido a la soberbia de creerse superior a los demás, padeciendo una radical pobreza de espíritu.

Sea como sea, espero que las fuerzas y los buenos vientos del cielo y de la tierra me impidan ser, ni siquiera por un momento, la sombra desdibujada, difuminada y atenuada de la maldad que hoy me ha escandalizado.

Doctora en Derecho.

Licenciada en Periodismo

Diplomada en Criminología y Empresariales

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