lunes, octubre 27, 2025

Lara

Se casaron con la ilusión de formar una familia grande. Querían tener muchos hijos. Sin embargo, diez años después no habían conseguido ni un embarazo.

Y cuando ya no lo creían posible, Elisa esperaba un bebé. El nacimiento de Lara les colmó de felicidad.

La niña, tan deseada y buscada, creció rodeada de la alegría de sus padres. Eran inmensamente felices. En ella podían volcar todas sus atenciones, cariño y amor. Formaban un trío unido y divertido. Disfrutaban haciendo las cosas más sencillas. Lara había nacido con una sonrisa en sus labios. En la cuna, de niña, de jovencita… crecía y lo único que permanecía inmutable era su sonrisa y el brillo de sus ojos. Formaba parte de su ADN. Era simplemente feliz.

Nadie la había visto enfadada o triste.

Sus padres se preguntaban de qué estaba hecha. Era hija única, pero vivía volcada en los demás. Se ganaba la amistad de los que la conocían. Elisa y Jorge babeaban con su hija. Sentían una profunda admiración por ella. ¿Qué llegaría a ser?

A los quince años Lara empezó a adelgazar sin motivo aparente. Los análisis revelaron que padecía una enfermedad rara. Ningún médico supo diagnosticar certeramente ya que sufría los síntomas de varias enfermedades siempre raras. Los tratamientos se sucedían intentando saber cuál era realmente su padecimiento y la mejoría de sus síntomas. Pero, no solo no se detenía, sino que avanzaba de forma alarmante ante la impotencia y angustia de todos.

Elisa y Jorge nunca entendieron de dónde sacaba Lara la fuerza, la entereza y sobre todo la tranquilidad, el sosiego y la paz. Ni siquiera durante los difíciles momentos que atravesaba dejó de sonreír.

Horas antes del final hizo una confidencia a sus padres a los pies de su cama: —He sido muy afortunada, inmensamente feliz al vivir con vosotros. Quiero pediros un favor, será el último. Solo cuando asintieron, Lara continuó: —No viváis tristes, por favor. Recordadme con alegría. Hacedlo por mí. Volveremos a estar los tres juntos. No os dejaré de ver y, sobre todo, no os dejaré de querer el tiempo que estemos separados. Su voz y sus ojos se apagaban, pero no su sonrisa. Como en tantas ocasiones, volvieron a fundirse los tres en un abrazo.

El dolor de la separación fue inenarrable. Era antinatural. Ni Jorge ni Elisa parecían soportar el terrible sufrimiento. El tiempo se había detenido bruscamente. Sus existencias se desmoronaron. Sus vidas se resquebrajaron.

Uno de los muchos días que vagaban sin consuelo se abrazaron y sintieron entonces la presencia de su hija. Su fragancia se apoderó de ellos y recordaron la promesa que le habían hecho.

Secaron sus lágrimas y se pusieron alrededor de la mesa en la que tantas veces estuvieron sentados con ella. En su nombre ayudarían a otros niños.

Manos a la obra constituyeron la fundación que llevaría el nombre de su hija. Los primeros en recibir atenciones fueron cuatro niños del Amazonas que pudieron ir al colegio. Después fueron tres niños zulúes procedentes de Nigeria que trasladados a España fueron operados. Los siguientes fueron tres niñas oriundas de Vietnam, colegiadas en España durante tres años.

No importaba su credo ni su color. Las únicas condiciones que exigían eran su minoría de edad y la imposibilidad de encontrar ayuda. Lo que necesitaban lo recibían con la sonrisa de Elisa y Jorge, en nombre de Lara. En cada niño compartían con ella su alegría, su bondad y generosidad.

Experimentaban un gozo sosegado, profundo e intenso. Hasta entonces, su hija solo había vivido en su memoria, pero ahora era Lara la que iluminaba, guiaba y conducía sus vidas.

Lara volvía a vivir a través de ellos. La habían recuperado.

Doctora en Derecho.

Licenciada en Periodismo

Diplomada en Criminología y Empresariales

Artículo anterior
Artículo siguiente
RELATED ARTICLES
- Advertisment -spot_img

ÚLTIMAS PUBLICACIONES