Fue un impulso. Una fuerza irresistible. Un arranque imparable.
La resolución estaba tomada. Esas imágenes escalofriantes y terroríficas no volvería a verlas desde la televisión.
Desde Leganés salí hacia la estación de autobuses. El primero de los autocares hacia Valencia estaba completo. Esperé al siguiente y conseguí el último billete del último autobús antes de que se llenara. Habían sido más previsores que yo o habían tenido más suerte. La página echaba chispas cuando lo intenté desde mi casa. Todos los viajeros eran de mi quinta o más jóvenes. Algunos valencianos marchaban angustiados a ver a sus familias y los demás íbamos a ayudar en lo que pudiéramos.
Desde otras paradas salían más autobuses. Tan llenos como los que salían de la estación.
Al llegar a Valencia muchos de los que habíamos viajado nos dirigimos al puente que enseguida apodarían de la solidaridad. Miles de valencianos ya estaban preparados con escobas y cepillos. Los demás acudíamos con la mochila al hombro.
Al final del puente había una mesa y una larga cola.
—¿Hay que apuntarse?, preguntamos. —Es mejor. Distribuyen a los voluntarios por todos los pueblos para que ninguno se quede sin ayuda.
Mientras esperábamos la cola hablamos sin parar: —¿De dónde vienes? —¿Qué sabéis de lo ocurrido?
En un papel se apuntaba nuestro nombre y la ciudad de la que procedíamos. En el margen se escribía uno de los más de cien municipios afectados a los que debíamos dirigirnos.
Tras la larga cola, me tocó el turno. —¿Adónde quieres ir?, me preguntaron. —Me da igual. En el lugar en el que pueda ser útil. Lo único que quiero es ayudar. Veraneé en Valencia de niña. Voy dónde digáis. —Muy bien, Paula. Te irás, entonces, a Alfafar. —Gracias por venir, Paula, y ¡suerte!, me desearon los otros de la mesa.
Al abandonar la mesa, otra chica me dijo: —Únete a ese grupo. Tenéis cinco kilómetros. El camino está complicado porque las carreteras están cortadas. Antes, recuerda coger agua. Tendrás que llevarla para los que estén atrapados y también para ti.
Tras coger los botellines de unas cajas, me sumé al que sería mi grupo. Éramos casi cincuenta y aprovechamos el camino para conocernos. Coincidí con gente de Valencia a los que había conocido en la cola. Los que veníamos de otras ciudades nos sentimos como en casa porque todos nos acogieron con enorme cariño.
Al llegar a Alfafar, la encargada de guiarnos preguntó: —¿Quiénes ibais a Benetúser? Casi la mitad levantaron la mano.
—Cambio de planes, chicos, dijo tras un alto en el camino. Me acaban de llamar para decirme que el túnel que une Benetúser y Alfafar está bloqueado. Hay una cantidad ingente de coches arrastrados por el agua. Mientras no los retiren, no podremos acudir. Se lo comunicaré a Martín para que cambie el camino para llegar a Benetúser.
Ya en Alfafar coincidí con Gonzalo, un chico que venía de Madrid. Nuestra guía nos invitó a formar parejas para distribuirnos por las calles. Gonzalo me dijo: —Si quieres vente conmigo. Y eso hice.
Nos dejaron en la primera casa ayudando. La habitaba un matrimonio mayor, Carmela y Vicente que, con enorme dificultad, habían conseguido subir al segundo piso. Estuvimos trabajando sin parar. Retiramos los muebles rotos y achicamos el agua. Sobre todo, achicamos agua. A mediodía comimos con ellos lo que nos dieron los encargados de entregar comida y agua potable por todos los pueblos. Nos despedimos de nuestros amigos hasta el día siguiente. Antes de anochecer nos reunimos con el resto de los voluntarios para volver a Valencia. Teníamos habilitado un polideportivo para dormir en sacos que habían donado para los voluntarios. Allí nos dieron de cenar. La gente estaba volcada y deseosa de ayudar. Cada hora llegaban cientos de personas para colaborar. Era emocionante. Gonzalo y yo nos acomodamos. A pesar del cansancio, la paliza física y emocional estuvimos hablando hasta bien entrada la madrugada.
Al día siguiente desayunamos lo que nos dieron, cargamos con las botellas de agua y volvimos a Alfafar. Allí nos esperaban nuestros viejecitos. Teníamos la sensación de conocernos de toda la vida. —¿Sois novios?, nos preguntó Carmela. —No, le dije inmediatamente. Nos conocimos ayer. —Pues hacéis una pareja estupenda.
Gonzalo se río y se quedó embobado mirándome. —Ja, ja. No sabía que los valencianos erais tan casamenteros. ¿Qué hacemos hoy, Gonzalo?, le pregunté.
A las dos de la tarde una furgoneta llegó con comida para todos los damnificados. Comimos con ellos nuestros bocadillos. Al anochecer volvimos a despedirnos hasta el día siguiente, aunque una semana después lo hicimos definitivamente. Nos habían mandado a otra casa en Alfafar. —Jamás os olvidaremos, nos dijeron Carmela y Vicente. Habéis sido unos ángeles. Si algún día decidís casaros no dejéis de llamarnos. —Sí, sí. Yo me encargaré de avisaros, respondió Gonzalo de inmediato.
Estuvimos en seis casas más. Experimentamos dolor, tristeza y desolación, y recibimos un enorme agradecimiento del que hablábamos sin parar. Al mes de estar allí, nos dimos nuestro primer beso. No podía creer lo que estaba sucediendo. Gonzalo y yo nos habíamos hecho inseparables.
Trabajamos muy duro. Después de Alfafar, fuimos a Benetúser y a Sedaví, el municipio al que quería ir Gonzalo. El tiempo pasaba y mis padres me llamaban reclamando mi vuelta a casa. —Está bien que ayudes, y estamos muy orgullosos de ti, pero tú también tienes que ganar un sueldo.
Las Navidades las pasamos en Valencia ante el desconcierto de nuestras familias. No podían entender que no volviéramos, pero quedaba tanto, quedaba tanto por hacer.
El 8 de febrero regresamos a Madrid. Gonzalo conoció a mis padres y yo a los suyos. Les anunciamos que nos casaríamos el 10 de febrero.
Mis padres pusieron el grito en el cielo: —¡Es una locura!, Paula —Ya, lo sabemos. En estos meses hemos visto que el mundo está lleno de locos, les respondí.
Tres meses habían pasado desde que conocí a Gonzalo y a los dos días de regresar a Madrid nos casamos. Gonzalo no olvidó su promesa y llamó a Carmela y Vicente.
Ante tanto horror, sobresalto y consternación, ¡qué sorpresa nos tenía reservada la vida!
Doctora en Derecho
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales