martes, diciembre 2, 2025
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500 años

Corría el año 22 del siglo XVI y en la villa de Sepúlveda vivían Alonso de Abad, señor feudal y Catalina de Mendoza.

Casados desde hacía seis años tenían tres hijos: Alonso, Diego y Aldonza.

Don Alonso tuvo que ausentarse de su palacio. Iba a la villa de Pedraza a resolver varios asuntos de su rey. Volvería en siete u ocho jornadas.

Estaba inquieto. Le rondaba el mismo pensamiento desde hacía semanas. Pese a todo, sabía que debía marcharse, cumplir el encargo que tenía encomendado. Finalmente, salió. Lo hizo a caballo en compañía de tres criados.

Regresó a los dos días. Nadie lo esperaba, menos aún Catalina dedicada a otros menesteres. ¡Y allí donde sospechaba los sorprendió! Catalina y un comerciante vecino retozaban como animales en su propio tálamo.

Lo sabía. Lo sospechaba desde hacía semanas. Fue una confirmación. No se sorprendió, ni se dejó arrastrar por la ira y la cólera. Podía matarlos a los dos. Él lo sabía. Conocía su derecho. El deshonor, el desdoro y el estigma debía ser reprimido y castigado. La única condición exigida y de la que debía rendir cuentas al rey era acabar con la vida de ambos en caso de empuñar las armas. Estaba prohibido matar solo a uno de ellos. Dominado y reprimido su impulso de terminar con sus vidas acudió a la otra vía. ¡No quedarían sin el ineludible y merecido castigo! Se había cometido una ignominia.

A cambio de sus vidas un mensajero anunció durante días a todos los habitantes de la comarca que Catalina de Mendoza y su amante Ricardo habían sido sorprendidos en flagrante adulterio. Todos quedaban convocados para manifestar su repulsa por los execrables delitos.

A los diez días Catalina de Mendoza y su amante Ricardo fueron obligados a pasear por los caminos anunciados. Marchaban a una distancia de dos metros el uno del otro y lo hacían sin nada que cubriera sus cuerpos desnudos, sus cuerpos adúlteros y pecaminosos, cuerpos que exhibían ante el gentío congregado.

Lo hicieron entre los reproches e insultos de todos los habitantes que salían a recibirlos. En muchas ocasiones la muchedumbre congregada actuaba con violencia hacia los amancebados para expiar sus escondidos y secretos delitos. Catalina y Ricardo recibieron salivazos, golpes y estacazos.

Tras su castigo fueron desterrados. Catalina de Mendoza fue enviada al este, malviviendo de criada en el campo de unos amos crueles y despiadados. Murió tres años después.

Ricardo fue empleado en territorio recuperado a los moros en donde las fronteras eran todavía muy peligrosas. Cinco años después sucumbió en un altercado de caminos, cerca de la villa en la que vivía.

Corría el año 22 del siglo XXI y en la ciudad de Segovia, Jorge y Carla vivían en una lujosa vivienda de las afueras. Matrimoniados desde hacía seis años, eran padres de un niño, Alfonso.

Jorge era economista y Carla ejercía como letrada de una importante empresa multinacional.

Jorge regresó a su casa aquella mañana. Había olvidado unos importantes documentos que debía estudiar y cotejar antes de su presentación. Aprovechó el tiempo del desayuno para recuperar el informe que había olvidado en su mesa de despacho.

Al entrar en su casa le pareció oír un ruido procedente de su dormitorio. Al abrir la puerta encontró a Carla, su mujer, con Emilio a la sazón su jefe.

Jorge era cazador y tenía permiso de armas. Sin embargo, no dudó ni por un momento en quitarles la vida. Se la respetaría.

—Sal de inmediato de mi casa, gritó. —Y tú vístete. Eres una zorra. Qué necesidad tenías de mancillar nuestro lecho. ¡Vete con él y no vuelvas más! Tendrás noticias mías desde el juzgado.

Emilio salió medio desnudo de su casa y corrió por las escaleras. Carla lo hizo poco tiempo después, ya vestida, y tras depositar toda su ropa en una gran maleta que tomó del armario.

 

Corría el curso universitario 22-23. Los alumnos del grado de Criminología de la Universidad de Santiago de Compostela conocían a Mariano González Martínez, profesor de Historia de la criminalidad. El profesor proporcionó el primer día de clase materiales obtenidos como fruto de sus investigaciones sobre la evolución de los delitos en la sociedad española.

En el libreto entregado había suficientes datos para saber que Carla era descendiente por línea recta o directa de uno de los hijos habidos entre Alonso de Abad y Catalina de Mendoza.

En clase, Don Mariano preguntó a sus alumnos: —La falta de fidelidad existente en los dos casos reales planteados ligados por parentesco en línea recta o directa nos permite preguntar: —¿Existe la transmisión hereditaria entre los descendientes de Don Alonso y Catalina? Si así fuera, ¿tienen más posibilidades de heredarlo las mujeres en el supuesto planteado?

Y concluyó: —Dando un paso adelante: ¿Existe el gen de la infidelidad? ¿Qué posibilidades creen que hay?

Las preguntas quedaron flotando en el aire del Aula 5 de la Facultad de Criminología.

Doctora en Derecho.

Licenciada en Periodismo

Diplomada en Criminología y Empresariales

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