Desde niño he vivido y conocido la ausencia.
Primero, la ausencia de los padres.
Con los años, la ausencia de los amigos, de los conocidos, en fin, de tantos que uno se estremece ante la falta de solidaridad humana.
Los religiosos que me cuidaron y educaron repetían constantemente la importancia de la bondad. Pero ¿acaso la humanidad la entiende? Yo creo que no. La bondad es algo que se aprende y se lleva en el corazón, pero a veces solo sirve para sentirte bien contigo mismo.
Dicen que el hombre no llora; yo, en cambio, he llorado lágrimas de sangre, que no son más que las lágrimas del alma heridas por las mentiras viles, las traiciones y el odio.
Si uno analiza su vida, se da cuenta de que nadie reconocerá jamás que ayudaste a quienes no tenían trabajo, o a aquellos que sufrían problemas familiares, hijos con enfermedades o accidentes que enfrentaste como si fueran propios. Hoy, no pierdas el tiempo recurriendo a esas personas: están ausentes.
Al final, si lo analizas y te sientes bien contigo mismo en tu soledad, te habrás convertido en un hombre o una mujer que ha contribuido a la humanidad a pesar de tus errores.
No esperes que esos seres humanos reconozcan lo que has hecho por ellos. Solo puedes esperar la ausencia, y con esa ausencia llegarás al final de tus días con la conciencia tranquila.
Te recomiendo que hagas siempre el bien sin esperar recompensa.
Y recuerda: cuando te echen en la caja de los muertos, ignora el llanto de los vivos y ten por seguro que los ausentes se acercarán a comprobar que realmente estás muerto.
