-
La situación del Sahel se complica con una vuelta de tuerca novedosa: los yihadistas de JNIM, grupo afiliado a Al Qaeda, tratan de derrocar al Gobierno cortando el flujo de combustible hacia la capital
Hace pocos días, nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores recomendaba a los cerca de mil españoles que residen en Mali, la mayor parte de ellos en Bamako, que “valoren salir temporalmente” del país debido al agravamiento de las condiciones para conseguir combustible, provocadas por la organización terrorista JNIM, afiliada a Al Qaeda, que desde hace años se ha ido haciendo fuerte en el país y ha deteriorado gravemente su situación securitaria. En los últimos meses, esta organización se ha dedicado a preparar lo que algunos expertos han calificado como una ‘yihad económica’, una especie de guerra de desgaste económico y político con el fin de asfixiar a Bamako, su capital, quitándole aquello que más necesita para funcionar: la gasolina.
Los analistas coinciden en que el JNIM no busca un asalto frontal militar contra Bamako, ya que no tiene las capacidades para una batalla convencional, ni apoyo aéreo, ni estructura como para ‘tomar’ el país. Por ello, lo que se ha propuesto es utilizar ese bloqueo para provocar la frustración popular y minar la confianza en la capacidad del Estado para garantizar la seguridad. Es lo que los expertos conocen como una guerra asimétrica: la estrategia pasa por interrumpir las cadenas de suministro y bloquear corredores comerciales clave, afectando las rutas más críticas para el abastecimiento.
A los bloqueos en carreteras se suman ataques dirigidos contra infraestructuras económicas, especialmente en la región de Kayes, responsable de cerca del 80 % de la producción de oro de Mali, una fuente de ingresos fundamental para el país. Las acciones incluyen secuestros de ingenieros que operan en explotaciones de oro y litio, con el objetivo de reducir ingresos por exportación, frenar la inversión y evidenciar la incapacidad del gobierno para garantizar seguridad.
Mali, al carecer de salida al mar, depende de los corredores comerciales con países costeros como Senegal y Costa de Marfil para importar bienes esenciales, en especial carburante. Los ataques yihadistas se han concentrado en convoyes de camiones cisterna, provocando un desabastecimiento crítico en Bamako. Esta medida, a su vez, respondió a la prohibición gubernamental de vender combustible fuera de estaciones oficiales en zonas rurales, una política diseñada para cortar el suministro a los insurgentes, que necesitan gasolina para moverse, preferiblemente en motocicletas de poca cilindrada.
La escasez de combustible está logrando sus objetivos y ha paralizado la actividad económica y la vida cotidiana del país. Las colas para conseguir carburante se extienden kilómetros, con ciudadanos esperando jornadas enteras. La falta de combustible ha obligado al gobierno a suspender clases en escuelas y universidades durante semanas, ante la imposibilidad de garantizar el transporte de estudiantes y personal docente.
El caso de la ciudad de Mopti, ubicada en el centro del país, es un ejemplo claro del impacto humanitario directo del bloqueo yihadista. Con más de 560.000 habitantes, Mopti lleva al menos un mes sin suministro eléctrico a causa del embargo de combustible, según nos contaba esta semana el medio francés RFI. La falta de carburante ha dejado a los grupos electrógenos sin funcionar, limitando los servicios esenciales (incluido el hospital, que ahora depende de paneles solares).
Además, la ciudad sufre una preocupante escasez de agua y está prácticamente aislada de Bamako, con un aumento drástico en el precio de los billetes de transporte.
La crisis maliense no es un problema aislado; es una señal de alarma para toda África Occidental. Lo que ocurre en Bamako se interpreta como un examen para la Alianza de Estados del Sahel (AES), integrada por Mali, Burkina Faso y Níger. Aunque Níger ha ofrecido apoyo con envíos de combustible, la capacidad real de esta alianza para contener la ofensiva del JNIM sigue siendo cuestionable. El grupo insurgente no solo busca desestabilizar a Mali, sino erosionar la cohesión de sus socios, poniendo en evidencia las limitaciones de una respuesta que, por ahora, parece más simbólica que efectiva.
Y desde una lectura geopolítica, la apuesta de los tres países de la Alianza de Estados del Sahel (Mali, Niger y Burkina Faso) por la cooperación militar rusa, tras la salida de fuerzas francesas y de la Unión Europea (incluidas las españolas), ha demostrado sus límites. La presencia del llamado Afrika Korps (sucesores del Grupo Wagner) no ha frenado la expansión yihadista; al contrario, las tácticas brutales y el aumento de víctimas civiles han generado rechazo social. Este patrón se repite en los tres países del llamado triángulo de Liptako-Gourma (podríamos decir que el nido de JNIM), donde la expulsión de tropas occidentales no ha traído estabilidad, sino más violencia.
Por su parte, Estados Unidos ha optado por el repliegue, priorizando la evacuación de ciudadanos y reduciendo su implicación tras los golpes de Estado. La retirada de tropas de Níger confirma un distanciamiento que deja un vacío estratégico en una región clave para la seguridad global.
Y para terminar, decir que la escalada de violencia en Mali confirma una verdad incómoda: que la solución no será exclusivamente securitaria. Los conocedores de esta región siempre apuntan a que la raíz del problema está en factores que llevan años sin abordarse: desempleo juvenil, corrupción endémica y ausencia del Estado en vastas zonas del territorio. Mientras la estrategia siga centrada en la militarización, el JNIM continuará ganando terreno, alimentándose de la frustración social y del vacío institucional. Sin un cambio de paradigma que priorice gobernanza, desarrollo y cohesión social, cualquier victoria será efímera.
España no ha sido el primero ni el único país en rogar a sus nacionales que valoren abandonar Mali pensando en su seguridad: Estados Unidos, Alemania o Italia también lo han hecho. Y la petición, por dolorosa que parezca, es una vuelta de tuerca más a la compleja situación del Sahel. Porque lo que ocurre en Mali no es solo una crisis local, sino un síntoma de un problema más profundo: la fragilidad estructural del Sahel, de la que tantas veces les he hablado. El bloqueo impuesto por el JNIM no es un simple acto de violencia, sino una estrategia calculada para asfixiar la economía y erosionar la legitimidad del Estado desde dentro. Ni los blindajes militares ni las alianzas externas han logrado revertir esta dinámica.
Y no es malo recordar que este país de África occidental es gigantesco, puesto que Mali tiene 1.250.000 kilómetros cuadrados, más del doble de la superficie de España, más grande que el tamaño de España y Francia juntas.
La lección es clara: en el Sahel, la seguridad no se compra con armas, se construye con instituciones sólidas, desarrollo y confianza social. Ignorar esta realidad es apostar por un futuro cada vez más incierto. Día a día, noticia a noticia, parece que el Sahel esté empeñado en demostrarnos que sí, que las cosas pueden ir a peor.
José Segura Clavell
Director general de Casa África
