jueves, noviembre 27, 2025
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Sudán o la hipocresía del silencio internacional

  • La principal tragedia humanitaria del mundo se ha complicado aún más, con la toma de la capital de Darfur por parte de una fuerza paramilitar apoyada por el dinero que persigue el control del oro a nivel global

Quizás para algunos una institución como Casa África es solo una herramienta del Estado ubicada en Canarias para organizar eventos culturales o diplomáticos con nuestros vecinos africanos, pero hoy quiero señalarles que para mí y todo el equipo que la conformamos constituye algo más. Es también una irrenunciable plataforma desde la que defender algo tan sagrado como los Derechos Humanos. Tanto por la perspectiva del fenómeno migratorio como por la observación diaria de la actualidad del continente, a menudo nos encontramos exigiéndonos a nosotros mismos levantar la voz, denunciar aquellas cosas que, no siempre siendo política o diplomáticamente del todo correctas, nos parecen insoportables.

Digo esto porque en reiteradas ocasiones les hemos hablado de la masacre humanitaria que ocurre en Sudán. Hace unas semanas escribí un artículo recordándoles que en Sudán (el grande, el del Norte) ocurre en estos momentos la mayor catástrofe humanitaria que vive nuestro planeta. La guerra civil iniciada en abril de 2023 acumula ya más de 155.000 muertos, se habla de 12 millones de personas desplazas y 21 millones de personas en situación alimentaria grave, con dos regiones con la catastrófica declaración oficial de hambruna.

Por contextualizarlo rápidamente, el Ejército regular sudanés (conocido como las SAF) se enfrenta a una fuerza paramilitar llamada RSF (siglas que vienen del nombre Fuerzas de Apoyo Rápido). Al frente de cada una de ellas, dos generales que se enfrentaron después del golpe de Estado (en 2021) que siguió a la insurgencia popular que había derribado al dictador Al Bashir dos años antes, en  2019.

La situación en estas últimas semanas no ha mejorado. Al contrario, la toma de la ciudad de El Fasher, la capital de la región de Darfur, por parte de las fuerzas paramilitares de las RSF el pasado 26 de octubre y las matanzas denunciadas en los días posteriores han superado lo insuperable. El hecho de que haya numeroso material en las redes sociales, ahora que las guerras se suben en directo a Instagram o a Tik Tok, hace que seamos testigos del horror en directo. Y ahí no cabe el silencio: es inconcebible no alzar la voz, sobretodo para exigir que se pare y se tenga la mayor de las exigencias ante las fuerzas externas que impulsan el conflicto sudanés.

Esta misma semana nuestro país, España, se sumaba a una declaración internacional, junto a más de veinte países, en la que se condenaban “las atrocidades y violaciones del derecho internacional humanitario en Sudán”, incidiendo en la “profunda alarma” por la violencia sistemática vista tras la caída de El Fasher.

Como no puede ser de otra manera, aplaudo que la firma de España esté siempre en este tipo de pronunciamientos internacionales en el lado que corresponde, pero en esta ocasión, después de tanta información, de tantas noticias de agencias internacionales y papeles leídos en los dos últimos años y medio sobre el horror sudanés, me ha incomodado el hecho de pensar que este tipo de manifiestos de más de veinte países… ¿realmente sirven para algo? ¿Puede llegar a constituir un ejercicio de hipocresía un pronunciamiento así cuando se sigue silenciando la causa y raíz del conflicto?

Porque si bien es cierto que esto es una guerra entre sudaneses, los apoyos externos a este conflicto son fundamentales para entender su tamaño y crudeza. La capacidad militar y operativa de las RSF, el grupo paramilitar que está ejecutando horribles matanzas en Darfur se sostiene, en gran medida, gracias al respaldo internacional, destacando especialmente el papel de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) como principal aliado.

El interés de los EAU en el conflicto sudanés se explica en parte por su acceso privilegiado a los vastos yacimientos de oro del país. Emiratos se ha erigido, por decirlo así, en el centro comercial más importante del mercado global del oro. Como les hemos contado en otros artículos, el oro, al contrario que los diamantes, no puede tener trazabilidad, así que no se puede determinar qué parte de todo este mineral que pasa por Abu Dabi viene manchado de sangre sudanesa.

Según varias organizaciones internacionales, las evidencias de esta implicación emiratí son «brutales». Aunque los Emiratos Árabes Unidos insisten en negar cualquier tipo de apoyo a las partes enfrentadas en Sudán, la realidad demuestra todo lo contrario: una abrumadora cantidad de pruebas señalan su participación directa. Expertos independientes y paneles de Naciones Unidas han documentado cómo los EAU han mantenido a las RSF en combate, articulando una extensa red logística que se extiende por varios países africanos.

Esta red logística no solo ha permitido el envío constante de armas y municiones. Se conocen incluso las rutas concretas de abastecimiento a través de aeropuertos en Chad y Libia. Y no solo han sido armas, también alta tecnología y asesoramiento. La caída de El Fasher se vio directamente facilitada por una operación digital financiada y organizada por los EAU con tecnología de interferencia de alta gama, que fue capaz de inutilizar por completo los sistemas de comunicación del Ejército Sudanés el 26 de octubre. Este apagón tecnológico dejó a los defensores de la ciudad literalmente ciegos frente al avance de las tropas del RSF.

Hay también evidencias recogidas por Amnistía Internacional, que ha identificado la presencia sobre el terreno de bombas guiadas de fabricación china, sistemas «casi con certeza reexportados a Sudán por los EAU».

La caída de El Fasher representa un punto de inflexión decisivo en la guerra civil sudanesa. No se trata solo de una victoria militar: es una transformación profunda en la geografía del conflicto y en el equilibrio de poder, que aleja aún más cualquier perspectiva de paz. El Fasher, última gran ciudad de Darfur bajo control del Ejército sudanés, resistió un asedio de 18 meses antes de sucumbir.

Con esta conquista, las RSF se aseguran el control territorial de casi toda la región de Darfur, estableciendo una división de facto del país. Mientras los paramilitares dominan el oeste y suroeste, el Ejército regular mantiene el control del centro, norte y este, incluida la capital (Jartum), la estratégica costa del Mar Rojo y su cuartel general en Port Sudan.

Esta nueva configuración territorial no solo redefine el mapa de la guerra, sino que inaugura una fase aún más compleja del conflicto, que nos remite al estancamiento prolongado que vive Libia: un país fragmentado en dos, que amenaza con perpetuar la violencia durante años, y sin la posibilidad de reconciliación o de cualquier consenso.

Las últimas informaciones que recopilamos en los dosieres de noticias que elaboramos y compartimos a diario desde Casa África (que incluyen desde agencias como EFE, Europa Press, AP, Reuters, AFP a periódicos y revistas internacionales, agencias africanas, medios prestigiosos de todo el continente o think-tanks como el IEEE español, el ISS sudafricano o el Crisis Group) apuntan a que, por primera vez, Estados Unidos se ha atrevido a decir públicamente que no le gusta cómo está actuando Emiratos en Sudán. Ha sido, sin embargo, un pronunciamiento ‘con la boca chica’, como decimos en Canarias.

Porque es lamentable pensar que hay intereses geopolíticos y económicos más valiosos que 155.000 muertos sudaneses. Empezando por el 6% de las reservas petrolíferas mundiales, y siguiendo por el control del Golfo Pérsico y el Estrecho de Ormuz (por donde pasa el 40% del tráfico marítimo mundial), grandes acuerdos de defensa con países occidentales, e incluso los acuerdos de Abraham (con la mediación norteamericana, Emiratos fue el primer país árabe en normalizar relaciones con Israel en 2020 como vía de oposición a la pujanza iraní). Con este saldo, son muchos los artículos que se han escrito ya denunciando el silencio internacional y la falta de exigencia, empezando por Estados Unidos, con esta monarquía árabe.

Más allá de comunicados conjuntos, la comunidad internacional tiene la obligación moral y legal de garantizar la justicia y poner fin a la impunidad con que se suceden las masacres. Pero, sobre todo, implica acabar con el silencio y exigir responsabilidades a los actores externos que han patrocinado esta guerra fratricida, la más mortífera del mundo, con la misma tranquilidad con la que patrocinan equipos de fútbol para blanquear su imagen.

José Segura Clavell

Director General de Casa África

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