Estoy tranquilo en mi terraza, contemplando cómo juegan los niños, satisfecho de mi vida. Incluso cuando pienso en los errores, me siento en paz. A pesar de esos malos momentos que ya pertenecen al pasado, tengo el sentimiento de haber dejado ese pasado a la misericordia del Señor.
He dirigido equipos formados por personas buenas y malas, pero, sobre todo, he sido el director de mi propia vida. He aprendido a gestionar compañías aéreas observando a los demás y las cosas que ocurren en la vida.
No he tenido la suerte de contar con hombres sabios a mi alrededor. Jamás recibí consejos en mi profesión, ni tampoco agradecimientos. Solo uno entre tantos fue mi verdadero maestro, como aquel “Junio Rústico” o los sabios que tuvo Marco Aurelio, quien acudía al filósofo Sexto para pedir consejo.
Mi maestro fue el Dr. Ingeniero Aeronáutico Fernando García Valiño, ya fallecido. Todo lo que he hecho en el transporte aéreo se lo debo a esta gran persona y profesional. Aparte de él, algunos buenos hombres aportaron sus conocimientos técnicos a mis proyectos, aunque el coste fue alto en todos los aspectos.
Algunos de ellos ya partieron de esta vida; otros, gracias a Dios, siguen vivos. Por ello, ni yo estoy en deuda con ellos ni ellos conmigo. El destino en la vida lo crea uno mismo, pero Fernando García Valiño me enseñó a soportar el dolor de los fracasos, a ser más fuerte, y me mostró que el éxito es efímero, como la vida misma.
