La dana que arrasó Valencia no solo dejó calles inundadas y hogares destrozados, sino también la evidencia más cruda. La incompetencia de todos los políticos. No importa el color ni la institución; todos comparten el mismo talento para prometer y fracasar. Mientras la lluvia caía, los responsables parecían más preocupados por salir en la foto para criticar a su rival político que en coordinar rescates. Cada minuto perdido mostraba que la prioridad real no era salvar vidas, sino cuidar su imagen pública.
Los planes de prevención, anunciados una y otra vez a bombo y platillo, se ahogaron antes de que siquiera comenzara la tormenta. Los cauces desbordables, los barrancos históricos y los drenajes obsoletos eran un secreto a voces, pero los políticos fingieron no verlo, inaugurando planes que nunca se ejecutaron y firmando papeles que no cambiaban nada. La improvisación se convirtió en norma y la descoordinación en arte, nadie sabía quién mandaba… quién ejecutaba ni cómo se evacuaba a los ciudadanos atrapados en sus casas.
Cuando el agua finalmente cedió, llegó la fase favorita de cualquier político, las promesas vacías. “Ayudas inmediatas”, “recuperación prioritaria”, “fondos especiales” fueron palabras que llenaron titulares mientras las familias lidiaban con trámites interminables, información confusa y la sensación de que nadie se ocupaba de su dolor. Cada rueda de prensa era un espectáculo de autopromoción, cada declaración una demostración de que sus palabras valían menos que el barro que cubría las calles.
Y cuando se habla de responsabilidad y transparencia, todos fallan por igual menos los voluntarios que llegaron de todos los rincones de Europa. Comisiones, informes y discursos solemnes crean la ilusión de acción, mientras la realidad es que nadie enfrenta consecuencias reales por la negligencia. La rendición de cuentas es un espejismo, y las vidas afectadas se convierten en estadísticas que desaparecen detrás de sellos y firmas.
El cacareado cambio climático hace que fenómenos como la dana, antaño gota fría, sean cada vez más frecuentes, pero la reacción política sigue siendo tan corta de miras como siempre. Recortes, burocracia, discursos y promesas mediáticas. La seguridad de los ciudadanos se sacrifica constantemente en el altar de la visibilidad y la autoprotección. La incompetencia política no es una casualidad: es transversal, sistemática y universal.
La dana en Valencia es un espejo cruel que refleja la vulnerabilidad de las personas, la debilidad de las infraestructuras y la ineptitud de todos los políticos. Hasta que no exista responsabilidad real y compromiso tangible, cualquier próxima tormenta encontrará a los ciudadanos igual de desprotegidos, mientras los políticos se congratulan por su “trabajo bien hecho”. Nadie se salva, nadie responde, nadie aprende. Solo queda el barro, el agua y la sensación amarga de que quienes deberían protegernos, en realidad, solo protegen sus intereses y su reputación.
La tragedia que hace un año se cebó particularmente con Valencia pero que debemos olvidar que también afectó a Alicante, Castellón, Murcia, Cataluña y Andalucía Oriental, puso de relieve que, los políticos que gobiernan nuestro país comparten un defecto “estructural”: Priorizan la visibilidad política y el discursito mediático sobre la protección real de la ciudadanía y ejemplos de ello tenemos algunos en la última década.–Confucio.
 
                                    