Nos reunimos una vez más. Había que intentar algo diferente. Si seguían así reincidirían. –Tenemos que romper el círculo vicioso en el que se encuentran, poner tierra por medio, dijo una de las psicólogas.
Me fui a casa con la copla y, en mitad de la noche, sobresaltado, vi la solución. Pondríamos tierra por medio y, sobre todo agua, mucha agua. Teníamos que salir de nuestras queridas islas, cambiaríamos de aires.
Una vez aceptado el plan, le propusimos nuestro proyecto a nueve chicos y cinco chicas. Todos aceptaron. Peregrinaríamos a Santiago de Compostela.
Tenían más de dieciséis, aunque ninguno había cumplido los dieciocho. Procedían de familias desestructuradas. El alcoholismo, los malos tratos, el paro, las drogas y las penurias económicas extremas habían sido sus compañeros de viaje. Todos ellos compartían bajos rendimientos escolares.
Castigados por las dificultades, sus almas estaban heridas de forma prematura. Se sentían repudiados y sin esperanza antes de haber vivido. Sin asideros suficientes, habían elegido la salida fácil, el camino equivocado. Dos psicólogas, un asistente social y un criminólogo formábamos el equipo de tratamiento.
Planteamos el camino como un reto. Una oportunidad para vencer las dificultades propias de la vida. Cambiar la senda del delito. Treinta días con sus noches. Treinta días para la lucha, la curación, la reparación y el cambio.
Desembarcamos en Algeciras. Haríamos el camino con nuestras mochilas y sacos de dormir. Casi mil kilómetros nos separaban de nuestro destino final. El ejercicio físico formaba parte de la rehabilitación prevista. Un sinfín de variadas experiencias y sentimientos nos aguardaban.
Desde Algeciras (Cádiz) nos adentramos en Huelva y cruzamos la frontera por Ayamonte. Ya en Portugal recorrimos El Algarve, Alentejo y llegamos a Lisboa, donde emprenderíamos el camino portugués.
En las primeras jornadas del camino no dejaron de hablar. Como si no fueran a tener sobrado tiempo para contarse todo: lo que todos sabían y los pequeños secretos y confidencias que fluían sin descanso. Lo más positivo es que se conocieron a sí mismos y se abrían para conocerse entre ellos y más adelante a mucha gente muy interesante. Estaban felices. Reían y se sentían por primera vez libres de sus pesadas ataduras. Era como si los nuevos caminos les hicieran olvidar a los conocidos. Momentos de cuarenta grados en los que no encontrábamos sombra alguna ni agua. Momentos de frío y viento intenso sin podernos guarecer.
Desniveles, llanos, subidas y bajadas con importantes pendientes. Piedras, tierra resbaladiza, fango y senderos se irían sucediendo a lo largo de nuestro largo caminar.
Tras hablar sin cesar al principio se enfrentaron en los siguientes días al silencio. Experimentaban sentimientos contradictorios después de una actividad desenfrenada, en la que se habían interrumpido incesantemente pisándose el intercambio de palabras y sentimientos. El cansancio no había aflorado todavía. Pese a todo, caíamos rendidos tras la cena. Estaban felices y radiantes al sentir emociones nuevas en sus vidas. Un mundo distinto se presentaba ante ellos.
Más adelante, nuestros pies, cansados y doloridos por las ampollas, nos enseñaron a soportar el dolor y el sufrimiento físico. Aprendían que no hay alegrías sin dolor, no hay sonrisas sin lágrimas, no hay satisfacciones sin desencantos. Cada día formaban un grupo más compacto, una unión especial, una camaradería inusitada y eso que llevábamos muchos meses juntos trabajando con todos ellos.
Continuaban las confidencias, aunque ahora más sosegadas y tranquilas. Incluso empezaron a tontear algunos, y así fue con Alejandro y Dácil, que formaron una pareja divertida y de apoyo mutuo.
Descubrieron a otras personas que hacían el camino, otras nacionalidades y culturas, otras preocupaciones y edades, otros idiomas y religiones. Cientos de historias diferentes les abrieron sus mentes. Historias de lucha, de enfermedad, de gozo y de alegría se confundían y entremezclaban.
Se sentían dichosos al compartir el camino con gente de mentalidad positiva, amigable y siempre dispuesta ayudar. Gente buena que te hace feliz. Personas que te hacen volver a creer en la humanidad.
Maduraban a pasos agigantados, y eso nos reconfortaba como equipo de tratamiento encargado de su rehabilitación. Descubrieron paisajes maravillosos, comidas extraordinarias y conversaciones interminables con la gente de los pueblos en los que hacíamos parada y fonda. Muchas jornadas terminaban alrededor de un fuego, y a falta de éste, cantábamos con otros peregrinos en las noches para enaltecer y ensalzar los ánimos de los caminantes.
Un día excepcional de treinta y siete grados nos dio la bienvenida en Tui. Entrábamos en tierra de meigas. Y ¡vaya si las hay! Al día siguiente los cielos se desplomaron y nos cogieron debajo. Pasamos frío. Una granizada y cantidades ingentes de agua empujadas por el viento nos empaparon hasta lo más recóndito de nuestros cuerpos.
Solo cuatro jornadas nos separaban de nuestro destino. Las vividas hasta ahora habían empezado a forjar su carácter. Se habían preparado para vencer el cansancio, el dolor, la soledad, el hambre y el calor, el frío y el aburrimiento, a superar los roces de vernos y convivir sin descanso con otros. A tolerar y soportar los defectos, manías, fallos, carencias e imperfecciones que teníamos los demás, y especialmente a aguantar los propios. Lo que más les sorprendió fue que se podía vivir con lo que cabe en una mochila. Aquella noche en la que Airam lo expuso se desató un intercambio de pareceres e ideas tan maduras que nos impresionaron.
En la última jornada, nuestro grupo se asemejaba a cualquier otro de jóvenes con los que habíamos coincidido. Nadie hubiera podido pensar que ninguno de ellos hubiera roto un plato en su vida. Menos aún que sus vidas estuvieran rotas cuando comenzamos nuestra apasionante aventura. Eran uno de tantos jóvenes de nuestra época.
Tenían toda su vida por delante. Eran libres para vivirla, libres de ataduras para sobrevivir como ellos decidieran hacerlo.
Coronamos nuestro peregrinaje en Santiago de Compostela. Abrazamos al apóstol y en ese símbolo iniciamos una nueva vida. Una renovación total de las existencias de catorce chicos malogrados, una cura interna y externa. De vuelta a Canarias, no solo las islas eran afortunadas, sino, sobre todo los nueve chicos y cinco chicas que volvían con nosotros. Un milagro del santo Patrón de España, una experiencia sin igual que cambió el rumbo de sus vidas y el de las nuestras para siempre.
Doctora en Derecho y Licenciada en Periodismo
