La muerte del dictador, de cuyo nombre prefiero no acordarme, me sorprendió viviendo en Barcelona por aquellas fechas. El diagnóstico era irreversible y su inmediato fallecimiento previsible según todos los medios de comunicación. Mientras tanto, bares y restaurantes de la Ciudad Condal se aprovisionaban de abundante cava catalán en espera de un deceso repentino en cualquier momento. No recuerdo la hora exacta, pero lo que no se me olvidará nunca es el sonido del descorche de numerosas botellas en la mayoría de establecimientos catalanes en el preciso momento del óbito.
“Españoles: ¡Franco ha muerto!” El júbilo resultó ser apoteósico y los miles de jóvenes que en anteriores jornadas habían sido perseguidos a porrazos a lo largo de las Ramblas de Barcelona por los entonces llamados “grises”, regresarían a éstas a celebrar una muerte ya anunciada como anunciadas habían sido también, dos meses antes, las ejecuciones sumarísimas de los jóvenes vascos Txiki y Otaegui. De manera que podría decirse que el dictador moriría también matando.
Por todo ello, no comprendo que objeto tiene ahora celebrar la muerte del dictador de manera oficial. Extraoficialmente, los jóvenes y no tan jóvenes de entonces pudimos celebrar aquel acontecimiento fúnebre de manera improvisada y popular, sin necesidad de tener que afeitarnos las barbas, ni cortarnos aquellas abundantes cabelleras que para todos nosotros significaban unas señas de identidad de las que sentirse orgullosos, habida cuenta de la influencia que había significado el triunfo de la Revolución cubana y de todo el movimiento social y musical suscitado en América Latina como consecuencia del éxito de Castro y la popularidad del Che Guevara gracias a la música de cubanos como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, la argentina y chilena de Yupanqui, Cafrune, Facundo Cabral, José Larralde, Mercedes Sosa, Violeta Parra, Victor Jara, -también asesinado por otro dictador-, y muchos más que de momento no recuerdo, pero que dejaron en todos nosotros una profunda e imborrable huella de conciencia social que perdurará hasta nuestros últimos días.
Tampoco podré olvidar aquel 20 de noviembre de 1975.
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes