Hace sólo unos días tuve el placer de tener entre mis manos una avecilla rapaz endémica de Canarias como es el cernícalo, cuyo plumaje por lo marrón, limpio y brillante despertó en mí una curiosidad ornitológica sin precedentes. De niño les había visto volar bajo un cielo azul y sobre el cauce de los barrancos entre Santa Cruz y La Laguna, pero nunca los tuve en mi regazo como ocurriera la pasada semana.
Tomaba yo agua en compañía de un amigo a la sombra de unos flamboyanes en la terraza de un bar cuando distinguí, sobre la cornisa hueca que servía de receptáculo para un toldo por encima de la puerta de una relojería, una avecilla que por la distancia no pude distinguir su especie. La curiosidad me obligó a acercarme a ella e interesarme por su estado porque, a mi modesto parecer, se encontraba fuera de su hábitat natural. En ese instante, por su morfología, pude darme cuenta que se trataba de un ave rapaz de pequeño tamaño y cuyo parecido con nuestro común cernícalo encandiló mis recuerdos de infancia.
La señora de la relojería me facilitó una escalera de mano de la que pude ayudarme para llegar hasta la cornisa y tratar de averiguar en qué estado se encontraba el ave que había despertado mis sospechas. Cuando traté de alcanzarle, asustada, alzó el vuelo a poca altura, terminando por tomar tierra en un jardincillo muy cercano donde, por fin, pude capturarle con la inestimable ayuda de un vecino que se había acercado a interesarse también por el animal. Algunos de los presentes, así como yo mismo, concluimos que, efectivamente, se trataba de un bello cernícalo que, por su extraño comportamiento, parecía haber vivido algún tiempo en cautividad y que ahora se encontrara fuera de lugar y como ausente. Aún así le hicimos un reconocimiento rutinario y parecía no tener rota ninguna de sus extremidades, ni haber padecido golpe alguno, aunque probablemente sí que tuviera algo de hambre y sed.
Decidimos entonces introducirla en una caja de cartón con suficiente ventilación y trasladarla hasta el domicilio de Cristóbal, el veterinario cuya consulta se encuentra en la calle paralela a la de Puerto Viejo, lugar en la que habíamos encontrado al despistado cernícalo. Sabíamos que tras una concienzuda observación, Cristóbal lo habría puesto a disposición del SEPRONA para su reinserción al aire libre.
Me reconforta saber que hemos hecho lo correcto en favor de la fauna de nuestro archipiélago y particularmente en beneficio de una desvalida avecilla de la que quedé prendado para siempre.
zoilolobo@gmail.com
Licenciado en Historia del Arte y Bellas Artes
NOTA DE REDACCIÓN:
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