Siendo yo aun muy joven, cayó por casualidad en mis manos un libro titulado “El Criterio”, de Jaume Balmes, y de cuyas páginas recuerdo todavía algunos pasajes que dejaron profunda huella en mi entonces intelecto juvenil de posguerra. Filosofía difícil de digerir en aquellas condiciones de vida, pero que en la actualidad y según Google, puede resumirse del siguiente modo: “El criterio de la verdad es la norma para fijar la veracidad, la certeza de nuestro conocimiento; el testimonio que confirma y atestigua la justeza de nuestras ideas; el grado de concordancia entre nuestras sensaciones y conceptos y la realidad objetiva”
Sin embargo, aquí en Canarias, esta definición colisiona frontalmente con el concepto que yo mismo he venido analizando en el tiempo bajo el nombre de síndrome de analfabetismo emocional y sus consecuencias que, por desgracia, me genera un profundo y serio desconcierto sobre la verdadera naturaleza de nuestra aborigen identidad.
Un analfabetismo emocional de carácter secular entendido tal como trascendido en el tiempo y no entendido como secularizado, cuyo significado es el que debiera concebirse en Canarias en pleno siglo XXI y cuya definición establece lo siguiente: “Transformación de algo que pertenecía al estamento eclesiástico en una realidad secular, no relacionada con ninguna confesión religiosa; especialmente, la incautación por parte del Estado de bienes eclesiásticos”.
De manera que en el primero de los casos y según mi propio criterio, el servilismo es un concepto de dependencia secular por parte de la mayoría de los canarios que se debió consolidar durante el tiempo de la conquista y en favor de los primeros representantes oficiales de la Corona española afincados en las islas (adelantados, cabildos, señores territoriales, sin olvidar las distintas órdenes religiosas). Acordémonos que los marginados lo constituían, y por este orden, los judíos, los moriscos y, por último, los aborígenes.
Así es que nuestra propia idiosincrasia o identidad emocional resulta cómodamente condicionada por el devenir de tantos siglos de servilismo sin paliativos ofrecido a los ilustres herederos de la Corona y que muchos confunden, todavía hoy, con el apacible carácter y señas de identidad de un pueblo sutilmente engañado en beneficio exclusivo de una clase descaradamente dominante, extranjera o isleña, a la que aún, en pleno siglo XXI, le rendimos ciega pleitesía so pena de ser excluidos de los pingües beneficios que generan sus fraudulentos múltiples negocios.
No nos engañemos; y lo vuelvo a repetir:
“El criterio de la verdad es la norma para fijar la veracidad, la certeza de nuestro conocimiento; el testimonio que confirma y atestigua la justeza de nuestras ideas; el grado de concordancia entre nuestras sensaciones y conceptos y la realidad objetiva”
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Licenciado en Historia del Arte y Bellas Ares