Afrodita, diosa de la fertilidad, había sido invocada por María en numerosas ocasiones. Recibió súplicas, peticiones e invocaciones múltiples, pero a pesar de su insistencia la respuesta fue siempre la misma: el silencio.
María no aceptó la negativa. Encima de su cama iba añadiendo diferentes muñecas. Tenía más de veinte. Avelino discutía cada noche al acostarse: —Mujer, quita todas las muñecas de encima. Cada jornada se repetía la bronca. Con el tiempo María dejó una única muñeca, su talismán.
Cada día al arreglar su casa la tomaba en brazos, le decía lo mucho que la quería. Después lavaba su pelo y lo peinaba. Le quitaba el camisón y la vestía para pasar el día.
Arreglada, la dejaba encima de su cama para que pasara el día como lo que era, una reina. Antes de acostarse la vestía con el camisón y la colocaba en el lado que ocupaba en la cama.
Un día mientras limpiaba su casa salió a la pequeña huerta y empezó a gritar: —¡Canallas! ¡Ladrones! Devolvedme a mi criatura. Devolvedme a la hija de mis entrañas. Sé lo que habéis hecho. Os la habéis llevado. ¡Es mía! Yo la concebí y la parí.
Poco después, retorciéndose de dolor gritaba: —Mirad el fuego que habéis provocado. Levantándose el vestido mostraba su cuerpo desnudo: —Mirad, mi vientre está ardiendo. Mi vagina y mi útero están incendiados. Pretendéis quedaros con mis genitales, pero son míos, como mía es la hija que me habéis robado. Perturbada y agitada gritó: —¡Devolvedme a la hija que me habéis usurpado! ¡Os juro que me vengaré!
Cuando Avelino intentó calmarla, María se defendía con patadas y golpes. Estaba fuera de sí.
—Si seguís poseyéndola entonces mi maldición caerá sobre vosotros. Devolvédmela ahora mismo. María palmoteaba a su alrededor. Hablaba como si realmente estuvieran presentes esos seres a los que hablaba. —¿Quiénes son María? ¿Qué hacen? Pero solo gritaba: —Devolvédmela o mi maldición caerá sobre vosotros por toda la eternidad.
Avelino, asustado, intentó calmarla por segunda vez. Transcurridas tres horas consiguió llevarla hasta su médico. A sus preguntas respondió que ellos habían tomado posesión de su casa, le habían arrebatado a la hija de sus entrañas y no querían devolvérsela. Pero la hija era suya, no de esos seres con tres ojos y tres manos. Con los tres ojos habían localizado a su hija, y con las tres manos se la habían llevado.
María siempre culpó a Avelino de no haber tenido hijos acusándolo de una supuesta esterilidad, razón por la que Avelino se fue entregando a la bebida de forma gradual.
Tras el perturbador incidente María fue internada para reducir la grave agitación y Avelino se entregó sin límite a la bebida. Una sobrina segunda acudió a echarles una mano cuando le dieron el alta a María. Avelino se quejaba de un intenso dolor en el estómago por lo que fue trasladado a urgencias, y desde allí directamente al quirófano aquejado de una pancreatitis.
Avelino despertó en la UCI del hospital. Los gritos levantaron como un resorte a las enfermeras de control. —Avelino, ¿qué le pasa? —¡Están ahí! Socorro. ¡Ayúdenme! —¿Quién está ahí?, preguntó una de las enfermeras. Avelino, con cara de terror, gritaba: —Sáquenme de aquí. No los ven. Me están atacando. ¡Por favor, ayúdenme!, gritaba cada vez más enloquecido. —¿Qué son Avelino? —No los veis, son ratas, ratas gigantescas que muerden, serpientes que me atacan. Se enroscan en mi cuello y quieren ahogarme. Y volvía a gritar: —¡Las ratas! ¡Las ratas! Me muerden y me clavan sus dientes por todo el cuerpo. ¡Socorro! ¡Ayudadme!
Fuera del hospital Avelino y María reanudaron su infortunada y desgraciada convivencia. María quiso ayudarle y escondió todas las botellas de alcohol que tenía en casa. A él le resultaba cada día más complicado encontrarlas.
Un día revolviendo tras una búsqueda incesante por toda la casa entró en su dormitorio, tiró la muñeca al suelo y deshizo la cama revolviendo entre las sábanas. —Aquí tienen que estar, se dijo. María acudió de inmediato al oír el ruido y cuando vio a su criatura en el suelo despeinada y con las piernas y brazos extendidos se echó encima de él dándole un empujón. Avelino cayó al suelo golpeándose la cabeza. Estaba muerto, el golpe le fracturó el cráneo quedando sin vida al instante.
Entonces María cogió al fruto de sus entrañas, la arregló, la peinó y la vistió con el traje de fiesta.
Cambió las sábanas y una vez estuvo todo arreglado cerró su habitación con cerrojo. La besó una y otra vez. Se metió en la cama con su admirada criatura. Embelesada la miraba y admiraba. Ya no se levantarían nunca más.
Doctora en Derecho.
Licenciada en Periodismo
Diplomada en Criminología y Empresariales